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Crítica:CRÍTICAS | CINE

Jugar con la historia

Hay que agradecerle al director y guionista de esta, por ponerle un nombre, película, Brian Helgeland -por cierto, entre sus créditos anteriores figura el guión de LA Confidential: quién le ha visto... aunque, bien mirado, también dirigió aquel guiso indigesto llamado Payback- que ya desde el principio deje las cosas claras: en un torneo medieval, en el que va a comenzar a fundamentar una fama de guerrero el plebeyo William (Ledger), fama a la que no puede aspirar por su origen social, el público se deleita cantando... el We will rock you, el popular tema de Queen.

O sea, que la cosa va de actualizar groseramente, a la brava, contextos históricos, jugar, como en tantas parodias -aunque ésta no lo es: en todo momento se comporta como un filme de aventuras-, con los anacronismos, pero no sólo para hacer gracias más o menos pesadas, sino para crear una verosimilitud concreta. Así, los trajes, más propios de un desfile de un modista de vanguardia; así, los atrabiliarios peinados de las bellas, otros que tal. Así, los torneos medievales, tratados no como tales, sino como espectáculos futbolísticos, a los que, más que asistentes, concurren auténticos hooligans vociferantes -se habla, además, de 'campeonato del mundo' de torneos, ahí queda eso-.

DESTINO DE CABALLERO

Director: Brian Helgeland. Intérpretes: Heath Ledger, Mark Addy, Shannyn Sossamon, Rufus Sewell, Paul Bettany. Género: aventuras, EE UU, 2001. Duración: 120 minutos.

Así, la inclusión en el reparto, como uno más de los pícaros que acompañan al héroe nada menos que el mayor escritor inglés medieval, Geoffrey Chaucer: nada menos. Así, en fin, las músicas y danzas varias, más propias de una película musical para adolescentes que del contenido hieratismo del danzar del medioevo.

Las cosas, pues, están claras: la película va de torneos, muchas -demasiadas, en realidad- lanzas rotas, espectaculares caídas del caballo... y bien poco más. Bueno, sí: de confirmar esa voluntad descaradamente populachera que ha cultivado siempre el cine americano, que hace de las democráticas aspiraciones de un villano la razón misma de su ascensión social, aunque, así contadas, fueran imposibles en el mundo de ficción que se nos propone. Si el lector se interesa seriamente por la historia, es mejor que se abstenga: la cosa queda estrictamente limitada y reservada a quienes pretendan pasar un rato sin pensar demasiado, y punto. Si acaso, y para acabar, un dato para el futuro: en el filme aparece una actriz primeriza, Shannyn Sossamon: atención a sus generosas dotes, a su casi sobrenatural belleza.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 7 de septiembre de 2001