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OPINIÓN DEL LECTOR

Incendios y agricultura

Carrión de los Céspedes (Sevilla)

Con machacona insistencia vuelve, cada verano, la sangrante realidad de los incendios. Bueno es que los medios de comunicación se hagan eco de este tipo de noticias. Pese a todo, no deja de sorprenderme que todavía algunos analistas de la actualidad, seguro que con las mejores de las intenciones y un tanto atónitos por la frustrante realidad de los incendios, sigan recurriendo a la socorrida figura del pirómano, al comportamiento psicopatológico individual, para desentrañar las causas del fenómeno.

No dudo que en la acción aislada de estos perturbados pueda estar el desencadenante de una buena parte de estos desastres, pero, quien esto escribe, que ha nacido, se ha criado y vive actualmente en un medio rural, volcado a la actividad agrícola, quiere llamar la atención sobre unas causas que, no por menos esgrimidas, me parecen menos importantes. Así, año tras año, contemplo con rabia la repetición de la misma ceremonia destructiva de la quema de rastrojos sin la adopción de las más mínimas medidas de seguridad, contraviniendo, en la inmensa mayoría de los casos, lo prescrito legalmente por la Consejería de Agricultura y Pesca para la ejecución de estas tareas tan peligrosas como absurdas.

Sí señores, a qué engañarnos más, son estos, in illo tempore sabios agricultores, hoy astutos cazasubvenciones mimados por la artificiosa y productivista PAC; son estos, repito, y no otros los auténticos pirómanos. Los mismos que, con sus prácticas destructivas y depredadoras, están acabando con los únicos retazos de paisaje natural que quedan en las campiñas andaluzas.

Y todavía tendremos que aguantar sus quejas por el trato tan desfavorable e injusto que les dispensa la sociedad. Lástima que los árboles, plantas y animales, patrimonio de todos los que amamos la vida y la naturaleza, y víctimas de las llamas que ellos prendieron no puedan quejarse. Yo sí lo hago por ellos y, desde aquí, propongo que dejemos de llamar agricultor (de agri y cultor: cuidador del campo) a quien no tiene otras miras que explotar hasta el agotamiento los recursos naturales hipotecando el futuro del planeta -humanos y no humanos-. Pido, por favor, que no se sientan aludidos aquellos que se dedican a la agricultura ecológica, ellos sí que son un ejemplo de sensatez.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 8 de septiembre de 2001