Cuando Richard anunció, hace ya algunos años, que sus dos hijas serían un día las mejores jugadoras del circuito, todo el mundo le tomó a broma. Se le tachó de arrogante y de engreído. Sin embargo, el tiempo le está dando la razón. Venus y Serena Williams, de 21 y 19 años, destruyeron ayer una nueva barrera para el deporte negro al ganar sus partidos de semifinales. Por primera vez en la historia del tenis, un deporte eminentemente de blancos, dos jugadoras negras disputarán una final del Grand Slam. Y no parece quedar muy lejos el momento tan esperado por la familia Williams de ver a dos de sus hijas en las primeras posiciones de la lista mundial.
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Ayer, con una pista central que concedió todo su apoyo a Jennifer Capriati, Venus Williams eliminó a la campeona del Open de Australia y de Roland Garros en 1 hora y 22 minutos por 6-4, 6-2, sin concederle prácticamente opciones de convertirse en número uno mundial. Capriati, 2ª, lo hubiera sido ganando este partido. Poco antes, su hermana Serena mostró todo su poder y desbarató de un plumazo los planes de Martina Hingis. La venció por 6-3, 6-2 en 51 minutos, en la que fue la peor humillación de la número uno del mundo en el Open de EE UU.
No será la de mañana a las ocho de la tarde, prime time en la televisión estadounidense, la primera final que enfrente a estas dos jugadoras. En 1999 disputaron el título en Miami y en la Copa Grand Slam, y se repartieron los dos campeonatos. En total, se han enfrentado en seis ocasiones, de las que Venus ha dominado cuatro. Sin embargo, lo que las había convertido ya en iconos en su comunidad fueron las victorias que consiguieron en el Open de Estados Unidos (1999, Serena; y 2000, Venus) y Wimbledon (Venus 2000 y 2001). Hasta entonces, sólo una jugadora negra había conseguido ganar en el Grand Slam: la legendaria Althea Gibson (1957 y 1958, Wimbledon y Open de EEUU). Sus gestas son, al menos, comparables a las logradas por Tiger Woods en golf.
La cuestión que se plantea ahora en el circuito femenino es quien va a poder frenar la escalada de las dos Williams. Hingis y Capriati ayer no lo consiguieron. La derrota de Hingis comenzó a cantarse a los pocos minutos de haberse iniciado el partido. Tras los primeros peloteos ya pudo apreciarse que todo pasaba a depender más de los errores que cometiera Serena, que de los aciertos de Martina. Hasta este punto ha cambiado el tenis femenino en los últimos años. Hingis, que dominó el circuito en 1997 ganando tres Grand Slams y disputando la final del cuarto (Roland Garros), lleva ya más de dos años (desde enero de 1999) sin ganar un título de los grandes. ¿Cuál es su problema? Básicamente, que mide ocho centímetros menos que Serena y 15 menos que Venus, y que pesa seis y 10 kilos menos que ellas, respectivamente.
Es una cuestión de envergadura. La potencia que desarrollan estas dos jugadoras no está al alcance de Hingis. Puede ganarlas. En realidad, la suiza había superado a Serena en sus últimos tres enfrentamientos. Pero su inteligencia natural, sus dotes tenísticas no le bastan cuando el nivel de errores de Serena o Venus se mantiene en unos parámetros de normalidad (18 ayer). Hingis saca mucho peor que Serena (sus segundos no alcanzan los 100 kilómetros por hora y los primeros están en 129 km/h), y sus aceleraciones no desbordan como las de la menor de las Williams.
Y Capriati, que las iguala en potencia, necesita un nivel de concentración altísimo para superarlas. Ayer, frente a Venus no lo tuvo. Dominó al principio (4-1), mientras Venus adecuaba su cabeza a una situación que incluso pudo sorprenderla: el público aplaudió incluso sus dobles faltas. Pero en cuanto se asentó, los golpes fluyeron con naturalidad de su raqueta y lograron desbordar a una Capriati que pareció dejar la mayor parte de su energía en la primera manga.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 8 de septiembre de 2001