Terminado el paseíllo se guardó un minuto de silencio en memoria de las víctimas de los atentados en Estados Unidos. En realidad se guardó medio minuto de silencio, o menos, pero no por nada sino porque en los toros se las gastan así. En la fiesta de los toros el último minuto completo de silencio quizá fuera cuando Pepe-Hillo.
Se ve que la gente se impacienta en los toros más que en ninguna otra parte, y apenas transcurre medio minuto siempre hay alguien que se pone a aplaudir, o grita "¡Viva España!", y el silencio queda roto.
Cobaleda / Bohórquez, Hermoso, Cartagena
Cinco toros de Sánchez Cobaleda y 4º de Francisco Galache despuntados para rejoneo, terciados, dieron juego.
Fermín Bohórquez: dos pinchazos y rejón muy trasero (silencio); rejón atravesado bajo (silencio). Pablo Hermoso de Mendoza: pinchazo descordando que deja medio inválido al toro, nuevo pinchazo y rejón muy trasero bajo (oreja); rejón muy trasero bajo, pinchazo y rejón trasero (silencio). Andy Cartagena: metisaca bajísimo (oreja); rejón caído y rueda de peones (oreja). Salió a hombros por la puerta grande.
Se guardó un minuto de silencio en memoria de las víctimas de los atentados en Estados Unidos.
Plaza de Guadalajara, 12 de septiembre. 1ª corrida de feria. Tres cuartos de entrada.
En la presente ocasión hubo quien metió la pata y el viva que dio en medio del silencio no fue a España sino a Palestina, él sabrá la razón. Y la verdad es que al público, en su mayoría, no le hizo gracia.
El dolor que se manifestaba por la barbaridad de los atentados era real, sentido en lo profundo. A la ciudadanía no se la veía demasiado alegre a pesar de que estábamos en fiestas. Pasaba como en Madrid y -según dicen- en otras ciudades: que esos atentados inconcebibles, de bestial crueldad, siendo inconcebibles, a casi nadie se le van del pensamiento y del recuerdo.
Y en esas estábamos con ocasión de rejoneo. La cuestión rejonera parece más jubilosa que que la lidia normal y por eso los públicos se muestran en aquella función especialmente festivos; mas si se rasca, salen muy contrarias conclusiones. El rejoneo, en fiestas y sobre todo si se trae de casa la algarabía, es un permanente delirio triunfalista. En cambio puede llegar a ser hasta siniestro si el ánimo no está para ruidos.
Es lo que pasó en Guadalajara. La función transcurrió amable, los rejoneadores se comportaron con profesionalidad, el público con cortesía, salió a hombros Andy Cartagena, y sin embargo transcurrió con un cierto tono de tristeza.
La llevarían asimismo dentro los rejoneadores, que también tienen su corazoncito. La tragedia de Nueva York la llevarían inmersa en el subconsciente igual que todo el mundo, y no tendrían otro remedio que hacer de tripas corazón.
No hubo sorpresas: los tres actuaron de acuerdo con su particular concepción del toreo ecuestre. Fermín Bohórquez, sobrio y dominador en las cabalgadas, sin tino en las clavazones, que generalmente dejaba en los bajos. Aunque peor sentaron los malos modos que se gastaba con el modesto auxiliar que le servía desde el callejón los instrumentos toricidas.
Pablo Hermoso de Mendoza fue el de cada tarde, el líder indiscutible en esta modalidad taurina, con sus proverbiales pasadas, su temple para llevar encelado en el estribo al toro cabalgando a dos pistas, la suerte de banderillas realizada de frente, las reuniones al estribo. Matando, en cambio, fracasó y chirriaban el pinchazo descordando (pese a lo cual le dieron una oreja), los bajonazos. Y, después de eso, los saludos triunfalistas para provocar el aplauso de la galería, que son ardid populista impropio de un maestro en el arte de Marialva.
Andy Cartagena trajo la espectacularidad total. Las banderillas al violín, los giros vertiginosos, y continuos, ajeno al ejemplo que poco antes le había dado Hermoso, que ejecutó con moderación estos alardes. Una vez, por ponerse encimista, el toro alcanzó al caballo y le corneó los bajos a placer, sin calarlo, lo cual debió de ser milagro.
Las briosas cabalgadas, el evidente entusiasmo de Andy Cartagena complacieron al público, y cortó las suficientes orejas (dos) para salir por la puerta grande. Fueron unos fugaces instantes de euforia. Y luego, en la calle, volvió el silencio.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 13 de septiembre de 2001