"Los árabes lo empezaron. Ahora les vamos a mostrar la furia del pueblo americano". Algunos de los ciudadanos estadounidenses que en los chats de Internet dan rienda libre a sus sentimientos tienen muy claro quiénes son los culpables del mayor atentado de la historia: los árabes, los islamistas.
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"Los árabes lo empezaron. Ahora les vamos a mostrar la furia del pueblo americano". Algunos de los ciudadanos estadounidenses que en los chats de Internet dan rienda libre a sus sentimientos tienen muy claro quiénes son los culpables del mayor atentado de la historia: los árabes, los islamistas.
Su presidente, George Bush, no se atrevió, en cambio, a señalar con el dedo a ningún responsable en su intervención de la madrugada de ayer porque, aparentemente, duda de contra quién y cómo replicar. Pese a todo algunos de sus colaboradores dan a entender que todo apunta al terrorista saudí Bin Laden.
Bill Clinton titubeó menos que Bush en 1998 cuando saltaron por los aires las embajadas de EE UU en Kenia y Tanzania causando la muerte de 224 personas. Ordenó el bombardeo de una fábrica en Sudán y un campamento en Afganistán en el que se entrenaban los militantes de Al Kaeda, la organización de Bin Laden. Su sucesor en la Casa Blanca no ha señalado a nadie con el índice. Ha recalcado, eso sí, que cuando tome represalias no distinguirá entre los que perpetraron el atentado y aquellos que les protegen.
La sofisticación de la acción terrorista del martes -con la utilización de cuatro pilotos kamizake capaces de conducir aviones Boeing- necesita tal infraestructura que dificilmente puede ser llevada a cabo por una grupo violento y requiere la colaboración de un Estado o, por lo menos, de parte de su administración, según señalan fuentes de servicios secretos.
Blanco de represalias
El suicidio de los pilotos-secuestradores induce a pensar que los autores son miembros de alguna organización integrista islámica y la prensa norteamericana apunta al famoso Bin Laden. "No es definitivo pero hay un montón de indicaciones que le señalan", declaró el senador republicano Orrin Hatch tras una reunión con la policía federal (FBI).
El protector de Bin Laden es Afganistán. Desde 1996 este multimillonario de origen saudí, de 44 años, es el huésped de los talibán afganos. Desde su refugio habría organizado cinco grandes atentados, incluido el ataque suicida de hace diez meses contra el buque USS Cole atracado en Aden.
De ahí que Afganistán sea considerado como el primer blanco de posibles represalias. Pese a que el régimen talibán ha condenado el atentado y aludido a una posible extradición de Bin Laden, varias ONG occidentales optaron ayer por retirar a su personal de Kabul por miedo a los bombardeos.
Aunque Bin Laden vuelva a ser decretado el enemigo número uno no todo ha quedado aclarado. "¿Estamos en condiciones de llegar a una conclusión definitiva y después anunciarla?", se preguntó en la BBC el jefe de la diplomacia británica, Jack Straw. "La respuesta es no".
Para que la contestación sea un "sí" se tienen que aclarar tres dudas. Es primero incierto que el evanescente Estado talibán pueda brindar a Bin Laden la ayuda indispensable para golpear con tanta fuerza y habilidad.
Es además problemático para un terrorista aislado en Kandahar, un lugar remoto del sur de Afganistan, poner en marcha y supervisar una operación de este calibre. Es, por último, dudoso que Al Kaeda, de la que las agencias de inteligencia de EE UU sospechan que es la autora de al menos cuatro grandes atentados contra intereses norteamericanos, no esté sometida a una vigilancia permanente.
Por eso la investigación en marcha llevará tiempo y se ampliará a la "nebulosa integrista", que abarca múltiples grupos palestinos, libaneses, del Golfo etcétera, y a otros Estados, más solidos que el afgano, como el Irak de Sadam Hussein al que el padre del actual presidente no quiso derrocar en el año 1991.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 13 de septiembre de 2001