EE UU se dispone a entrar en guerra. Pero no sabe aún contra quién. El Congreso trabaja a marchas forzadas en una resolución que confiera al presidente George W. Bush los recursos legales para utilizar la fuerza, y se adentra en un terreno nunca explorado: por primera vez se declarará la guerra a un enemigo inconcreto, al margen de la estructura de Estados soberanos en que se basa el Derecho internacional. La Casa Blanca ha pedido a los parlamentarios que acuerden un texto "abierto" con la máxima celeridad, pero el Congreso teme entregar un "cheque en blanco" como el que lanzó al país a una guerra interminable sin objetivos definidos en Vietnam. Los tambores de guerra suenan a un ritmo frenético. De momento, EE UU sugirió ayer a Pakistán cerrar su frontera con Afganistán.
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No ha habido tiempo para reflexionar, ni siquiera para identificar con total certeza al enemigo que ha devastado Nueva York y ha destruido parte del Pentágono. La prensa pide venganza, el público pide venganza, y el clamor se retroalimenta. A Bush no se le concede tiempo y ha decidido que debe actuar con rapidez y contundencia, a pesar de todos los interrogantes.
"Entiendo que éste es un nuevo tipo de guerra, y este Gobierno pedirá a otros que se le unan para garantizar que quienes cometieron estas acciones, y aquellos que les protegen, respondan por ello", declaró ayer el presidente, durante una conversación telefónica con el alcalde de Nueva York, Rudy Giuliani, y el gobernador del Estado, George Pataki. "Tenemos la oportunidad", añadió, "de hacer un favor a futuras generaciones uniéndonos y dando caza al terrorismo".
El líder de la minoría demócrata en la Cámara de Representantes, Richard Gephardt, reconoció que la declaración de guerra contra Japón, aprobada por el Congreso tras el ataque a Pearl Harbor, no servía como modelo. "Ésta es una situación distinta, una guerra nueva, la primera del siglo XXI, y nos vemos obligados a innovar", explicó. Los republicanos creen que las resoluciones parciales de 1990 que autorizaron el uso de la fuerza contra Irak podrían usarse como referencia. La situación es ahora mucho más abierta que en los meses previos a la guerra del Golfo, en que el conflicto era convencional: un Estado soberano había invadido otro Estado soberano.
Vagas declaraciones
Pero el presidente George Bush, padre del actual, utilizó una estrategia que podría serle útil al actual inquilino de la Casa Blanca. Bush padre sólo pidió al Congreso autorizaciones vagas que no equivalían a una declaración de guerra. La declaración la obtuvo del Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas, que el 29 de noviembre de 1990, en su resolución 678, autorizó a todos sus Estados miembros el uso de la fuerza contra Irak si dicho país no cumplía la resolución 660, que exigía la retirada de las fuerzas iraquíes de territorio kuwaití. El Congreso se limitó a aceptar, tras una votación ajustada en ambas cámaras, que el presidente recurriera a la fuerza para hacer cumplir la resolución de la ONU.
El Congreso parece dispuesto a tolerar, en caso extremo, un mecanismo como el de 1990, que "puenteaba" su autoridad, pero se ceñía a las exigencias de la ONU. George W. Bush ya ha contactado con los máximos dirigentes de Rusia, China, Reino Unido y Francia, que junto a Estados Unidos componen el grupo de miembros permanentes del Consejo de Seguridad, y podría estar buscando su apoyo para implicar a la ONU en una compleja guerra contra el terrorismo y sus bases.Lo que todos temen, vistas las circunstancias, y nadie desea, es que la necesaria vaguedad del texto lo haga parecido a la llamada Resolución del Golfo de Tonkin, que en 1964, sin citar a un enemigo concreto, permitió que el presidente Lyndon Johnson involucrara al máximo a Estados Unidos en la guerra de Vietnam.
Aquella resolución, aprobada el 7 de agosto de 1964 por ambas cámaras del Congreso, constaba de tres párrafos. En el primero se apoyaba "la determinación del presidente, como comandante en jefe, de tomar todas las medidas necesarias para repeler cualquier ataque armado contra las fuerzas de los Estados Unidos y para prevenir nuevas agresiones". El segundo párrafo reconocía que el "mantenimiento de la paz internacional y la seguridad en el sureste de Asia" eran "vitales para el interés nacional" de Estados Unidos; de acuerdo con la Constitución, la carta fundacional de las Naciones Unidas y el Tratado de Defensa Colectiva del Sureste Asiático, se permitía al presidente "adoptar todas las medidas necesarias, incluyendo el uso de la fuerza, para asistir a cualquier país" firmante del tratado que requiriera ayuda en defensa de su libertad. El tercer párrafo establecía que la resolución expiraría "cuando el presidente determine que la paz y la seguridad en el área están razonablemente aseguradas", o bien por una nueva resolución del Congreso.
Guerra de Vietnam
El miedo a entregar al presidente un "cheque en blanco" es la mayor dificultad de las negociaciones legislativas, que se desarrollan fuera del hemiciclo para garantizar la discreción. Un portavoz de Tom Daschle, líder de la mayoría demócrata en el Senado, admitió que el trabajo era muy difícil. "No es seguro que encontremos una solución; los parlamentarios de ambos bandos quieren ser muy cuidadosos con las palabras que queden escritas en la resolución", explicó. El republicano Dennis Hastert, presidente de la Cámara de Representantes, opinó que la resolución debía ser forzosamente "abierta" y debía expresar la "voluntad" del Congreso de hacer frente a los agresores.
"Lo que digo a nuestros enemigos es lo siguiente: estamos llegando. Que Dios tenga piedad con vosotros, porque nosotros no la tendremos", proclamó ayer el senador republicano y ex aspirante a la presidencia John McCain. Sus palabras reflejaron el tono de la mayoría de los discursos en el Congreso, donde ya está lista una ley que concede al Gobierno federal 20.000 millones de dólares (3,6 billones de pesetas) en concepto de ayuda de emergencia, para financiar las investigaciones del FBI, reparar las infraestructuras básicas dañadas por el ataque múltiple, "incrementar la seguridad de los transportes y reforzar la seguridad nacional".
Bush: el factor humano
Bush nunca ha combatido en una guerra. A diferencia de su padre, veterano de la II Guerra Mundial, no fue a Vietnam gracias a las influencias familiares. A diferencia de su padre, que había sido embajador, director de la CIA y vicepresidente, carece de experiencia internacional. No se le puede evaluar por su currículo profesional. En un momento de crisis extrema, en que el país se halla sumido en la conmoción de la tragedia del martes y, al parecer, a punto de lanzarse a la guerra contra un enemigo oculto, los estadounidenses sólo pueden juzgar a su presidente por el carácter, y escrutan su pasado, su mirada, sus gestos y cada una de sus palabras en busca de referencias. Bush tardó en contactar con sus conciudadanos el día de la tragedia. Sus portavoces explican que el presidente quería volver a Washington cuanto antes; se lo impidieron los servicios secretos, sabedores de que la Casa Blanca y el avión Air Force One eran objetivos. Quienes estaban con él comentan que Bush se resistía a ocultarse. Sus amigos le definen como tranquilo, muy seguro de sí mismo, generoso, con cierta tendencia a la bravuconería, pero poco impulsivo. El hecho de haberse rodeado de 'pesos pesados' en su Gabinete demuestra que no teme que le hagan sombra y que sabe delegar. A diferencia de Lyndon Johnson o Richard Nixon, es amable con los subordinados. Su calma durante la larga 'noche' electoral también habla a favor de su carácter. De él se espera que satisfaga dos necesidades contradictorias: debe mostrar emotividad y compasión hacia las víctimas; pero debe mostrarse duro y resuelto hacia los culpables. La emotividad no es problema para él porque le brota de forma natural, lo mismo en forma de lágrimas que de risas. A diferencia de Ronald Reagan, al que considera su modelo presidencial, es muy malo leyendo discursos, pero eficaz improvisándolos. La dureza y la resolución pueden quedar ocultas por su forma de hablar, siempre titubeante, que sólo demuestra limitaciones de vocabulario y de sintaxis. Tendía al alcoholismo y dejó de beber a los 40 años, una prueba de fuerza de voluntad. Y nunca, en su breve carrera política, ha cometido un error de bulto debido a la impulsividad. Jimmy Carter era un hombre inteligentísimo y un buen orador, pero falló en momentos de crisis porque era capaz de enfocar un mismo problema desde demasiados ángulos, se obsesionaba con los detalles y se paralizaba. Bush no sufre ese problema: siempre ha tenido pocos objetivos pero muy claros. Ahora sólo tiene uno.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 14 de septiembre de 2001