Una decena de veces amagó Manu Chao la despedida imposible ('Adiós, mi gente!'), pero cada vez surgía una nueva canción, nacida de los últimos compases de la anterior, que prolongaba el concierto hacia el infinito. El público (localidades agotadas) no se cansaba de botar y la banda le proporcionaba regularmente intensas dosis de ska o tex mex rebozados y en progresiva aceleración, que no agotaban a la danzarina audiencia. En eso, el grupo recordaba a Mano Negra, pero si entonces era más obvia la influencia de The Clash, ahora la música de Manu Chao refleja más la impronta de Bob Marley, salpicada de impurezas rítmicas y melódicas. Lo que permanece con el tiempo es el concepto de patxanka que acuñó en los 80, una forma de celebración popular y directa de la comunicación musical, sencilla en su disfrute y compleja en la profunda fusión que encierra. Welcome to Tijuana, Desaparecido, La vaca loca, La primavera ... las canciones de sus dos discos en solitario se alternaron con primas hermanas como The marijuana Song o La trampa ('dedicada en especial a ese político que dice que España va bien') y con un discurso grabado del Subcomandante Marcos que todos los músicos escucharon en respetuoso silencio.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 15 de septiembre de 2001