La corrida transcurrió como de trámite: novillos abajo, un público indiferente arriba; los derechazos y la voluntad de los diestros por el redondel, la inevitable oreja al final; la afición ausente, mucho cemento a la vista, las bandas de las peñas dándole al chundarata, los mozos sin mucho que decir respeto a la lidia y su circunstancia. Y la generalidad de los espectadores lo mismo, con la salvedad de que todo parecía traerles sin cuidado. En fin, la fiesta que se lleva.
Sierro / Uceda, Renco, Bautista
Cinco toros de El Sierro y 6º de El Ventorrillo, anovillados en general, tres primeros indecorosos y pobres de cabeza, resto mejor presentados y armados; flojos, manejables.
Uceda Leal: bajonazo (silencio); pinchazo, estocada y tres descabellos (silencio). El Renco: media baja, otra trasera ladeada -aviso- y dos descabellos (ovación y salida al tercio); dos pinchazos, media, descabello -aviso- y cuatro descabellos (silencio). Juan Bautista: dos pinchazos atravesados y media atravesada (silencio); estocada (oreja).
Plaza de Guadalajara, 14 de septiembre. 3ª corrida de feria. Media entrada.
La diferencia -¡enorme!- entre la fiesta de ahora y la que perduró durante centurias hasta hace unos años, no sólo se aprecia en el desarrollo de la lidia sino en el público también. Quizá una cosa traiga la otra. El público de ahora da la sensación de que desconoce absolutamente cuanto concierne al toreo y puede que hasta tenga dificultades para reconocer un toro. Si el toro en vez de salir por el chiquero lo sacaran por la enfermería, a lo mejor se creía que es el cirujano.
Éste debe de ser el motivo de que la impresentable corrida de El Sierro, con un sobrero de El Ventorrillo, se lidiara sin la menor protesta. Aparecían aquellos novillos de trapío impresentable y la gente ni se estremecía. De manera que los toreros tenían franquía para hacer con semejante ganado diabluras. Pero ni por esas. Los toreros de la tarde alcarreña, igual que la mayoría de los del escalafón, por una simple mirada del sucedáneo de toro se ponían a la defensiva y les entraban dengues.
Uceda Leal, la eterna promesa, tuvo la virtud de ser fiel a sí mismo y, concluida la función, seguía siendo la eterna promesa de siempre. No lució nada con el capote (ni se esperaba) mientras con la muleta mostró aquellos detalles que le valen para infundir en los aficionados la impresión barruntativa de que es una promesa eterna. O sea, que algunos derechazos y naturales se los dio gustosa y toreramente al primer toro, en tanto el cuarto no le valió para tanto por su invalidez y su mansedumbre querenciosa a tablas.
Derechazos y naturales de honda ejecución, templados y de verdad ligados instrumentó El Renco al segundo, y si no llega a matarlo mal, le corta una oreja. En cambio no se acopló con el quinto, igual de manejable que el anterior. Claro que tampoco sería prudente reprochárselo: los artistas no tienen por qué derramar genialidad todos los minutos de la vida.
Toreo de excelentes maneras ejecutó Juan Bautista. Este joven matador francés conoce las reglas del arte y las ejecuta mediante rigurosas formas. Distinto es que consiga completar las faenas, y eso pasó: que pese a la insustancialidad corpórea del ganado, a veces tomaba precauciones. Su primer muleteo acabó vulgar. El segundo transcurrió ligado y pues dio manoletinas -dos de ellas arrodillado- y mató certero, le otorgaron la oreja. Con lo cual redondeaba la fiesta polìticamente correcta, cuya monotonía no importa si al final la salva una oreja peluda.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 15 de septiembre de 2001