La lluvia que ayer cayó sobre Nueva York, torrencial de madrugada, sólo hizo más difícil y peligrosa la tarea de rescate sobre los restos de las Torres Gemelas. No enfrió la entrega ni aguó las esperanzas de miles de familias que esperan un milagro imposible. Alrededor de 5.000 personas siguen desaparecidas, pero padres, hermanos, novios, amigos siguen colocando carteles con fotos y nombres confiando en que alguien pueda proporcionar noticias. 'Lo peor es no saber. Es para volverse loco', decía un hombre en estado de choque frente al edificio que concentra los esfuerzos de localización de víctimas.
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La lluvia convirtió en un resbaladizo barrizal la montaña de escombros en la que cientos de bomberos y especialistas en rescate tratan a la desesperada de encontrar supervivientes. Es la noticia que todo el país espera. La tarde anterior corrió la información de que habían sido localizados cinco bomberos que quedaron sepultados el martes en su todoterreno por los restos de una de las torres. Radios y televisiones daban la información con alborozo, presentándola como "ahora, por fin, una buena noticia".
Ayer se supo que no se produjo. Que los liberados fueron dos trabajadores de los equipos de rescate que habían caído un rato antes en un agujero. A Ed Bernaerts, nadie se atrevía a contarle ayer la verdad. "Los rescatados eran gente que sólo llevaba enterrada tres horas; para los que están dentro se necesitará más tiempo", decía mientras mostraba un retrato de su esposa, Danna, que trabajaba como técnica de informática en el piso 94º del segundo edificio en sucumbir. Nadie ha visto a Danna ni su nombre aparece en ninguna lista. "Puede que haya perdido el conocimiento o tenga amnesia", explicaba Ed, temblando de nervios y días de tensión. "Lo peor es no saber. Es para volverse loco".
Cientos de voluntarios
El edificio militar de la avenida de Lexington concentra los esfuerzos de rescate. En su gigantesco y cavernoso interior, cientos de voluntarios, policías y religiosos atienden a los familiares de las víctimas que acuden a cumplimentar las varias páginas del formulario oficial. Fuera, las paredes, los vehículos aparcados, las farolas: todo espacio disponible está cubierto con folios con imágenes y datos de desaparecidos. Jeanine Nardone busca a su hermano, David. "Lo que mantiene mi esperanza es que mi hermano es un superviviente", dice. "Él nunca nos hubiera abandonado, así que nosotros tampoco le vamos a abandonar a él".
Las fotos muestran momentos felices de gente joven: una boda, una fiesta con amigos, una playa, el abrazo al hijo pequeño... Los apellidos tienen orígenes en todas las partes del mundo: españoles, japoneses, polacos, italianos, indios. Paul Ortiz, de 21 años, aparece con su hija de meses en brazos. La niña acaba de aprender a decir "mamá" y "papá". Star, la mamá, dice que la pequeña Rebeca sabe que algo le ha pasado a Paul, porque ahora sólo dice "papá". Paul trabajaba para Bloomberg y estaba instalando ordenadores en el restaurante Windows of The World, en el piso 106º, cuando se estrelló el primer avión. En ese restaurante celebró la pareja su boda en noviembre de 2000. La cuñada de Paul le ha buscado, infructuosamente, por todos los hospitales de la ciudad. Como no aparece, debe estar entre los escombros: "Espero que tenga fuerza para aguantar hasta que lleguen los equipos de rescate".
El alcalde Rudolph Giuliani intentó alentar ayer a los familiares de las víctimas. Dijo que había "muchas esperanzas" de encontrar supervivientes entre las 10.425 toneladas de escombros de las torres. No actualizó los datos del día anterior, cuando habló de 4.763 desaparecidos, 184 cadáveres recuperados y 35 identificados. En los hospitales, los equipos sanitarios no eran tan optimistas, y en el de Bellevue subrayaban que en las 36 horas precedentes no había ingresado ningún herido en los atentados. "Los pacientes que estamos atendiendo son miembros de los equipos de rescate", dijo un portavoz.
El número de accidentados aumentó debido a la lluvia, que provocó innumerables caídas, resbalones y percances en la montaña de escombros. A primera hora de la tarde, la lluvia parecía cesar en Nueva York y los agotados bomberos volvían con nuevo empeño a la montaña.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 15 de septiembre de 2001