Estoy más sorprendido que asustado por el seguidismo que la inmensa mayoría del mundo está realizando con respecto a los EE UU. De repente, en este mundo que nos vendían como global, hay muertos de segunda y de primera (cómo entender la gran cantidad de actividades culturales suspendidas a raíz de este atentado pero no cuando los muertos son palestinos, somalíes o colombianos.). También de súbito el odio parece instalado exclusivamente en el corazón de los árabes, cuando los estadounidenses han practicado todo tipo de terrorismo de estado a lo largo del último siglo, han matado presidentes, colocado gobiernos, ayudado al fundamentalismo que ahora le ataca a destruir el imperio soviético, torturado, maltratado...Pero, al parecer, todo esto es admisible, debe ser alta política que no entendemos. Han invadido países, y utilizado en Iraq armas con uranio empobrecido, que, según un informe reciente, causaron 750.000 víctimas en diez años, pero nada de todo esto provocó ninguna acción solidaria tan acusada.
Lo que los estadounidenses no pensarán, pero nosotros sí deberíamos hacerlo, es que en la medida en que hemos inventado un mundo injusto, el pobre, el humillado, el ofendido, el ignorado se defenderá de tales abusos, y macabros atentados como el del pasado día 11 serán cada vez más inevitables. ¿Qué tal hacer más equitativo el sistema? ¿O es esta idea más peligrosa que los propios aviones que se estrellaron contra las Torres Gemelas de la ciudad de Nueva York.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 16 de septiembre de 2001