Palestinos y judíos. Protestantes y católicos. Separatistas y patriotas. Gitanos y payos. Esclavos y amos. Árabes y occidentales. Magrebíes y europeos. Obreros y empresarios. Creyentes y ateos. Comunistas y capitalistas. Ricos y pobres. Detrás de estas y otras contraposiciones encontramos una causa común: el poder económico.
A veces esta causa queda oculta bajo otras, como la defensa de la justicia, los derechos, los territorios, la cultura, o, simplemente, en nombre de Dios. Nos han educado y se sigue educando para ser competitivos y ambiciosos, a generar riqueza, a ser productivos y a acaparar cuantos más bienes materiales mejor. En definitiva, a poseer ilimitadamente todos los recursos que por desgracia son limitados. El conflicto está servido. La solución es muy sencilla (imposible en la práctica): aprender a vivir y disfrutar de la vida. Nunca he tenido noticia de ninguna materia escolar que enseñe a difrutar de la vida y en esta vida, de lo que realmente puede valer la pena incluyendo cosas tanto tangibles (como el mar, la brisa, el Sol, las estrellas, la Tierra, las plantas, los animales o una partida de cartas) como intangibles (el amor, la amistad y un sinfín de sensaciones por explotar y por explorar). ¿Nadie echa en falta esta asignatura?
* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 17 de septiembre de 2001