George W. Bush ha optado por la guerra total. Su vicepresidente, Dick Cheney, y los principales miembros de su Gabinete dedicaron ayer la jornada a preparar psicológicamente a los estadounidenses para un conflicto armado muy largo y muy cruento, que puede desarrollarse en varios países. La guerra "durará largo tiempo, probablemente años", anunció Cheney. El Pentágono, mientras, siguió definiendo una estrategia bélica que incluye el uso de fuerzas expedicionarias terrestres y cuyo primer objetivo es Afganistán. "Hay que pensar que habrá bajas", señaló un asesor de Defensa.
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El vicepresidente, Dick Cheney; el secretario de Estado, Colin Powell, y el secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, interrumpieron con frecuencia las deliberaciones del "gabinete de guerra", reunido con el presidente Bush en la residencia rural de Camp David (Maryland), para comparecer ante las cámaras de televisión. Todos coincidieron en lanzar un mismo mensaje a sus conciudadanos: el país debía prepararse para una guerra que implicaría grandes sacrificios, incluyendo la posibilidad de nuevas agresiones terroristas en territorio de EE UU.
Las opciones que sopesan los mandos políticos y militares fueron someramente descritas por Paul Wolfowitz, subsecretario de Defensa: "Hay que pensar que habrá que aceptar bajas. Hay que pensar en campañas duraderas. Hay que pensar en todas las opciones. Lo que intentamos es ofrecer al presidente toda la gama de posibilidades, para que él decida".
Hasta el martes, la política antiterrorista de Washington se basaba en la "respuesta proporcionada" ante las agresiones (lo que solía suponer bombardeos de escasa duración) y en contener las amenazas. Pero la Administración de George W. Bush ha apostado por una respuesta global. El objetivo es la destrucción de los grupos dedicados al terrorismo internacional; se asume de forma explícita que ello requerirá atacar a diferentes países. Osama Bin Laden constituye la figura central del inconcreto "enemigo", pero también se cita a organizaciones como Yihad Islámica (con amplio apoyo popular en Egipto) y Hezbolá, tutelada por Irán y muy presente en Líbano.
Por el momento, cuatro líneas de acción aparecen claras. La primera, un ataque prolongado contra las organizaciones sospechosas de haber cometido los atentados del 11 de septiembre, entre las que se incluye la dirigida por el saudí Bin Laden. "Ése será un esfuerzo inmenso y multidireccional, que puede extenderse por unos 60 países, incluyendo EE UU", explicó Rumsfeld, quien admitió como probable que uno o varios grupos terroristas, con infraestructuras de apoyo, permanecieran aún Estados Unidos.
La segunda línea de acción consiste en atacar militarmente los países que acojan a grupos dedicados al terrorismo internacional. "Si no disponemos de ejércitos o flotas a los que atacar, habrá que apuntar a la Red y a los países que permiten la existencia de esa Red", dijo Rumsfeld. "Algunos de esos países poseen objetivos militares de alto valor, tienen capitales, tienen ejércitos. Les estamos diciendo a esos países que dejen de sostener las redes terroristas; si no lo hacen, sabremos convencerles", comentó. No existe por ahora una lista de "países enemigos". La lista de países "patrocinadores del terrorismo", elaborada por el Departamento de Estado antes de los atentados incluía a siete: Irán, Irak, Siria, Libia, Sudán, Corea del Norte y Cuba. Pero eso es ya inservible.
El país que para Washington encabeza el "grupo enemigo" es ahora Afganistán. Las presiones efectuadas sobre Pakistán, país vecino de Afganistán y con muchos simpatizantes del régimen talibán y de Bin Laden, para que ceda su espacio aéreo a los aviones de combate estadounidenses y su suelo a una hipotética fuerza multinacional, indican cuál es el primer objetivo. "Los objetivos definidos por la administración requerirán, casi con total certeza, el envío de una fuerza expedicionaria a Afganistán", comentó ayer Paul Bremen, antiguo jefe de la sección antiterrorista del Departamento de Estado.
La tercera línea de actuación, la diplomática, se centra en la forja de una gran coalición internacional en torno a EE UU. Otra opción contemplada por Washington se apoya en la ONU, que en 1999 exigió a los talibán que expulsaran del país a Bin Laden. Colin Powell piensa que el Consejo de Seguridad debería repetir la exigencia y acompañarla de un ultimátum, como el lanzado a Irak antes de la guerra del Golfo. El incumplimiento de ese ultimátum daría cobertura internacional al posible ataque, una de cuyas justificaciones entroncaría con la propia ONU.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 17 de septiembre de 2001