Estados Unidos ha declarado la guerra contra el terrorismo. Y se prepara a librarla tanto en el exterior como en el interior. En el ámbito doméstico, el Departamento de Justicia anunció ayer el envío al Congreso de un paquete de leyes antiterroristas que relajarán el control judicial sobre las investigaciones y permitirán a la policía actuar de forma expeditiva contra cualquier sospechoso.
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En el exterior, tanto el Gobierno como los parlamentarios están dispuestos a conceder una libertad casi total a la CIA, sobre todo en un punto crucial: el espionaje estadounidense recuperará la licencia para matar. James Woolsey, ex director de los servicios de espionaje, declaró ayer que percibía en Washington un "cambio radical" en los puntos de vista sobre la lucha antiterrorista. "Antes del martes, yo estaba de acuerdo con la prohibición impuesta a la CIA en cuanto a cometer asesinatos; después de lo que ha sucedido, mis convicciones se tambalean", explicó a The New York Times. El secretario de Estado, Colin Powell, fue menos explícito pero apuntó en la misma dirección. "Se tendrán que aprobar nuevas leyes para mejorar nuestra capacidad de respuesta a este tipo de amenazas", dijo.
La CIA perdió la licencia para matar hace 25 años, por una orden ejecutiva del entonces presidente Jimmy Carter. Los estadounidenses estaban descubriendo con desagrado algunas operaciones encubiertas de sus servicios de espionaje en Centromérica, Suramérica, Asia y África, seguían horrorizados por Vietnam y querían acabar con la guerra sucia. Carter prohibió que los agentes secretos mataran a extranjeros. Los servicios de espionaje no pueden, por tanto, preparar legalmente operaciones cuyo objetivo consista en la eliminación física de un dirigente terrorista.
El recurso de la CIA para soslayar esa orden consistió en contratar, para aquellas misiones que implicaran asesinatos, a militares, paramilitares o matones del país donde se desarrollaba la operación. De esa forma entró Manuel Noriega, ex hombre fuerte de Panamá, en la red de espionaje de Estados Unidos.
Pero esa vía fue igualmente cegada a mediados de los noventa por Bill Clinton, después de saberse que un oficial guatemalteco reclutado por la CIA había asesinado a un ciudadano estadounidense. Escándalos como el Irán-Contra -durante el mandato de Ronald Reagan- contribuyeron a amedrentar a los responsables de la CIA y a ajustar sus métodos al respeto a los derechos humanos.
Todas esas restricciones parecen a punto de caer. La licencia para matar puede ser devuelta por una simple orden ejecutiva del presidente George W. Bush. Las normas de organización interna de la CIA, entre las que figuran los criterios de contratación, dependen del Congreso; y en ambas cámaras se observa la intención de dejar total libertad a los jefes de los servicios de inteligencia.
El senador Bob Graham, demócrata y presidente del Subcomité de Servicios de Inteligencia, opina ahora que es necesario permitir a la CIA que reclute a quien le parezca. "No importa que nuestros agentes extranjeros hayan cometido acciones contra los derechos humanos si son efectivos", dijo. Añadió, según un portavoz, que la gente que necesitaba en estos momentos la CIA "no se encuentra en los monasterios".
Muchos congresistas consideran que, si el país está en guerra, la CIA lo está también, y que las reglas de juego deben cambiar para que sus agentes no sólo se infiltren en organizaciones enemigas, sino que dispongan de poderes para destruirlas. El año pasado, una comisión independiente recomendó que se permitiera a la CIA utilizar a individuos que hubieran violado los derechos humanos, pero la Administración Clinton desestimó la propuesta. Ahora, algunos parlamentarios consideran que es necesario "aprender" de Israel y de su política de asesinar preventivamente a los palestinos sospechosos de organizar ataques terroristas.
El fiscal general, John Ashcroft, anunció ayer que enviaría al Congreso un proyecto de legislación antiterrorista más dura que la actual. Ashcroft pide que la policía pueda detener a extranjeros sospechosos sin restricciones judiciales.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 17 de septiembre de 2001