Soy lector de este periódico casi desde sus inicios y, desde hace unos meses, consulto la edición digital accesible en Internet. Consultando las páginas de esta edición digital sobre la salvajada en Nueva York, me he llevado una desagradable sorpresa. Al hilo de estas informaciones se abrió un foro para que los internautas expresaran su opinión.
Esperaba encontrar en este foro lo mismo que he encontrado en la calle: espanto, dolor y, fundamentalmente, compasión. Sin embargo, encuentro que la mayoría de las intervenciones, tras la condena, continúan con un significativo pero. Unos peros referidos a la política exterior de Estados Unidos y otros peros del estilo 'si las víctimas hubieran sido somalíes, mexicanas o turcas, ¿estaríamos hablando en los mismos términos?'.
Me he sentido todavía más triste. Intervenciones firmadas por personas a las que se les supone formación (las frases están más que correctamente escritas) y -eso afirman- una visión progresista de la sociedad, pretendiendo justificar (siquiera abstractamente) lo injustificable. El pobre desgraciado que estaba trabajando en la torre no tiene nada que ver con la política exterior de Estados Unidos. Ni su madre, ni su mujer, ni sus hijos, ni sus amigos, que no tendrán siquiera el discutible consuelo de enterrarlos de una pieza. Y, sí, los muertos de Arkansas valen tanto como los de Chiapas o Kurdistán. Simplemente plantear la pregunta hace de menos a aquéllos. Simplemente una recomendación: absténganse de nacionalidades u orígenes (retomemos el significado positivo de lo global) y compartan, siquiera por un momento, la angustia de quien sabe que va morir y de quienes van a continuar sin su compañía.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 17 de septiembre de 2001