Las impresionantes imágenes de los impactos de los aviones contra las Torres Gemelas de Nueva York y de los subsiguientes derrumbamientos de esos dos colosos arquitectónicos son de las que no se olvidan nunca, de las que quedan para siempre en la retina y pasan a formar parte de nuestros recuerdos. Los hechos del fatídico martes 11 son de los que marcan no a una, sino a varias generaciones. Para mis hijos constituirán probablemente el primer gran recuerdo impactante de sus vidas, de la misma manera que para mí lo fue el asesinato de Kennedy, el primer gran acontecimiento que vive en mi memoria, que se pudo seguir por la televisión, entonces en blanco y negro. Después llegarían el mayo del 68 francés y la invasión de Checoslovaquia, la llegada del hombre a la luna un año más tarde, el golpe de Estado en Chile -también un 11 de septiembre- y la voladura controlada de Carrero Blanco, la muerte de Franco, el golpe de Tejero, la caída del muro de Berlín y la Guerra del Golfo. De la misma manera que nuestros abuelos o nuestros padres recordaban como hitos de sus vidas las grandes guerras mundiales o la contienda civil española y nos contaban sus batallitas en aquellos momentos históricos para ellos, que sin duda marcaron sus vidas, nosotros explicaremos a nuestros nietos lo vivido la semana pasada en directo a través de la televisión, cuyas consecuencias son hoy por hoy del todo imprevisibles. Aunque es de esperar que no se lo tengamos que contar de la manera que lo presentaba ayer el siempre genial Forges. Son imágenes que, además, tardan muy poco en dar pie a los chistes. Los relacionados con el ataque de la semana pasada ya circulan entre nosotros -probablemente los españoles somos más proclives que otros a hacer chiste de hechos luctosos como el que comentamos-, de la misma manera que en las Navidades de 1973, esto es, apenas una semana después del suceso, circulaba ya un macabro chiste sobre la muerte del almirante Carrero Blanco. Una persona se subía a un taxi en Madrid y pedía ir a la calle de Claudio Coello; el taxista le preguntaba a qué altura, y el cliente le respondía, amenazante: como me suba más de un palmo...
* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 18 de septiembre de 2001