España, con la cara mejor lavada que en el partido precedente contra Omán, descubrió nada más saltar al césped que los chicos de Burkina Fasso puede que sean chicos, pero desde luego tienen un físico de hombres. El orden y la movilidad que mostró el equipo español en el primer tiempo saltó por los aires ante la evidente superioridad física del equipo africano que, mucho más limitado técnicamente que España, contaba con un aliado: los minutos transcurridos, el calor y la humedad. Así, España se fue evaporando y las carreras de Sanou, Conombo y Panandeguiteri -una especie de tridente en versión juvenil- convirtieron el centro del campo español en una privilegiada tribuna desde la que ver aparecer como balas a los gigantescos muchachos africanos, a los que les bastaba un leve amago del cuerpo para dejar atrás a toda la línea de medio campo española y encarar a una defensa vendida.
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Iniesta y Melli ordenaron el juego y controlaron el partido, aunque sin crear excesivo peligro, exactamente hasta que la condición física de Burkina se convirtió en la protagonista del choque. En el minuto cuarenta del primer periodo Conombo se decidió a explorar las intimidades del centro de la defensa española con una irrupción con aire de vendaval y de tanto ímpetu nació un penalti. Y del penalti, el gol de la derrota de España.
El segundo tiempo acabó con la resistencia española y supuso su definitiva desintegración. Torres, que estuvo peleón pero aislado y Senel se diluían en la frontal del área rodeados de las enormes moles que Burkina plantaba en su línea defensiva. Un lanzamiento lejano del gaditano Melli se convirtió en una de las pocas ocasiones de peligro. Sin embargo, en el otro área las ocasiones en que un veloz chaval de Burkina se presentaba delante de Moya -ya fuera Conombo o Sanou- se contaban con frecuencia.
España tendrá que jugarse el jueves la clasificación para la siguiente ronda contra Argentina.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 18 de septiembre de 2001