Unió Mallorquina (UM) nació desde el poder y, pese a su carácter minoritario -el 7% de los votos en las elecciones autonómicas de 1999 y tres de los 59 escaños del Parlamento balear-, casi nunca ha dejado de influir. En 1983, la cúpula local de una UCD que agonizaba se inventó UM como plataforma centrista regionalista. La bisagra sobre la que ahora gira la izquierda funcionó entonces a favor del PP de Gabriel Cañellas y evitó que el PSOE gobernara.
Durante casi una década la alianza PP-UM fue estable. Los insularistas tuvieron consejeros del Gobierno balear, la presidencia del Parlamento o del Consell de Mallorca. En 1991 ambos partidos se integraron en una coalición electoral, que estalló un año después cuando Cañellas quiso fagocitar a UM. Cañellas convirtió a Maria Antònia Munar en una resistente, al destituirla como consejera y sufragar con cargos a los tránsfugas de UM.
El partido mallorquinista, que se dice de centro liberal y nacionalista, está aliado al PNV y Unió en la lista del Parlamento Europeo, apoyó al PP al iniciarse la autonomía porque fue presionado por los tradicionales estamentos rurales y bancarios de Mallorca e Ibiza. Esos mismos sectores, en 1999, no pudieron frenar su decisión de convertir a Francesc Antich en presidente balear.
La crisis de la heterogénea mayoría que gobierna Baleares tiene su origen en una disputa por los lápices y los mapas de la ordenación territorial y el urbanismo. Un pleito de gran calado político y trascendencia económica: saber quién traza las rayas y marca los colores sobre los planos que determinan qué terrenos serán paisaje y cuáles se convertirán en solares de valor multimillonario.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 18 de septiembre de 2001