En este tiempo es preciso dar una cronología para informar de cualquier obra de teatro: todo viene del pasado, y generalmente se nota. Nació en Nueva York en 1954 como obra para la televisión, que aquí realizó en 1973 Pérez Puig, en uno de sus famosos Estudio 1; pero antes la habíamos visto en cine por Sydney Lumet, 1957, con Henry Fonda; hubo otra versión televisiva en 1997 para Jack Lemon. El propio autor hizo una versión de teatro, que es la madre de ésta. Tengo la impresión de que me gustó, y aparte de la traición normal de los recuerdos, creo que se debe a mi propia evolución y a la del mundo, y de ninguna manera a los actores, el director o el versionista, que consiguen una reproducción bastante buena.
Doce hombres sin piedad
De Reginald Rose. Versión de Nacho Artime. Intérpretes, Juan José Otegui, Alberto Delgado, Fernando Delgado, Juan Gea y Alfredo Alba. Escenografía de Luis Ramírez. Vestuario: José Miguel Ligero. Director. Ángel García Moreno. Teatro Fígaro.
Supongo que todo el mundo conoce la historia: doce jurados se reúnen para determinar la culpabilidad o la inocencia -la muerte o la vida- de un joven acusado de matar a su padre. La primera votación da once votos favorables a la culpabilidad, y uno solo por la inocencia. Es el jurado que vota por la inocencia el que, con sus discursos, va convenciendo poco a poco a los demás hasta que se hace la unanimidad a favor de la inocencia. No está tan claro. A mi me parece culpable en esta versión, pero hubiese votado inocente por evitar la pena de muerte. Según las normas legales se ha de votar por la inocencia en caso de tener "dudas razonables", y son esas dudas, más que la convicción, las que van apareciendo.
La acción tiene tres planos: uno policiaco, o de intriga; la exposición del problema de la pena de muerte, el recuerdo de ejecutados que después eran inocentes; la tercera, la conciencia individual y la psicología, los motivos íntimos por los que condena a una persona. Éstos son los puntos de interés y de ellos surge una teatralidad sin acción visible, pero con acción interior: de habitación cerrada, de dialogo y nada más.
Sería injusto señalar a un actor por encima de otros. Todos lo hacen a gusto de los espectadores, que siguen con cierta emoción la vieja trama, pese a que las formas de conciencia son diferentes ahora que hace casi cincuenta años, y las individualidades también.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 21 de septiembre de 2001