En su última columna , Joan B. Culla se sorprende y lamenta la escasa solidaridad ciudadana y movilización social que han suscitado las víctimas de los brutales atentados de Nueva York y Washington del 11 de septiembre. Como otros comentaristas, el historiador Culla atribuye en parte esta actitud a resabios de la cultura izquierdista antinorteamericana, que califica como 'desvarío' y 'autoodio'.
Es posible que tenga razón, pero también somos muchas las personas que no entendemos en estos momentos por qué, en un mundo cada vez más globalizado, estos mismos comentaristas y medios de comunicación realizan un despliegue muy desigual ante el dolor de las gentes, atendiendo a la simple condición de su origen geográfico o social. Un trato desigual que ahonda en una doble moral, la cual acaba por generar inevitablemente humanos de primera y de segunda clase.
Por ejemplo, ¿por qué nadie ha propuesto guardar un solo minuto de silencio por las personas que han muerto este verano intentando alcanzar en frágiles pateras las costas españolas? Ciertamente, para los ciudadanos a los que 'nada humano les es ajeno', estos días todos somos norteamericanos, y palestinos, iraquíes, afganos, etcétera.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 22 de septiembre de 2001