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VISTO / OÍDO

Bichos de debajo de las piedras

Se da un puntapié a una piedra en un campo cenagoso y salen huyendo bichos negros y patudos, repugnantes, húmedos. Se da un puntapié a una piedra de escándalo y salen estos seres vestidos de humanos o distintamente revestidos. Son los sinvergüenzas. Se zampan el país.

Ni siquiera tienen grandes nombres ni puestos de los que se llaman respetables: son 'el padre de la novia', como decía Jaime Morey ante la comisión del Parlamento, el suegro al que se coloca de 'florero', decía él: por millón y medio de pesetas al mes. No me refiero a ése, sino a otros muchos, y a otras muchas gescarteras o como se vayan llamando. El padre de la novia, el hermano y la hermana del subsecretario, el amigote, yo qué sé. Los bichos de debajo de las piedras de la gobernación del país. O del Estado. Parientes o cómplices. Si es posible, con algún historial detrás; si es franquista, mejor. Ofrecen más garantía en materia de corrupción invisible.

Aunque sean tontos: porque hay que ser tonto, o tonta, para llevar un diario con el detalle de los delitos y los nombres de los emparentados con esos delitos, y dejarlo en la oficina. Puede que sea simple estupidez; pero podría ser fruto de una sensación de impunidad que empieza a perderse, como en los capítulos finales del folletín. La literatura del diario es interesante. Me refiero a cómo, a medida que el escándalo va apareciendo, la diarista va expresando su miedo, sus gritos de horror y sus invocaciones a Dios. No pueden ser escuchadas: algún alto representante de la Iglesia ha dicho que 'un diario no es palabra de Dios' y no puede servir para acusar a instituciones del clero de colocar dinero negro. Es verdad: alguien meterá esos asuntos, esos bichos, debajo de otras piedras. La mejor prueba de la no existencia de Dios es la existencia de la Iglesia; la mejor prueba de la no existencia de Alá son los talibán; la mejor prueba de la no existencia de Jehová es el general Sharon y sus votantes con tirabuzones.

Mandaría rayos. La corrupción política invisible, la de debajo de las piedras en la gran ciénaga, la de los nombres pequeños y las caras que no salen en los periódicos, es mucho más extensa y numerosa que la que pueda haber en el exterior. Se reparten pequeñas cantidades -¿qué son hoy unos miles de millones?- por debajo de los que practican la corrupción legal: inteligentes y electos caballeros que hacen las leyes a tiempo para que un delito no lo sea. La corrupción legal. Talentos superiores, muy por encima del de los bichos de debajo de las piedras, que sólo son sus parientes pobres.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 22 de septiembre de 2001