Hay un aspecto, en el tema de las Torres Gemelas, que me parece importante y sobre el que apenas he leído nada y sobre el que no se ha insistido. Me refiero a la incidencia que el atentado tendrá en la historia de la arquitectura. Pienso que la construcción de rascacielos tiene sus días contados. En el futuro se considerará que el siglo XX ha sido el siglo de los rascacielos, de la misma manera que el siglo XIII fue el de las catedrales; pero no el siglo XXI.
De alguna manera, todos pensábamos que las construcciones de más de diez pisos -discutible estética aparte-, además de caras y antieconómicas, son sumamente peligrosas. Tienen su explicación como exhibiciones de tecnología y de poder (léase poderío) -del mismo modo que los romanos construían arcos de triunfo-, pero de ninguna manera puede ser rentable el extraordinario gasto que supone convertirlos en razonablemente seguros. Con los medios de comunicación de hoy en día, ni siquiera la especulación con el suelo justifica sus gastos de cimentación, sus gastos energéticos, el coste de la seguridad frente a incendios 'normales' (ni hablar de seguridad en grandes incendios), frente a terremotos, frente a secuestros, explosiones u otros actos terroristas. Su peligrosidad ha quedado sobradamente demostrada: compárense los daños causados en el Pentágono con los de cada una de las dos torres.
Si no me equivoco, el 11 de septiembre de 2001 ha sido el último día de los rascacielos y en el futuro los Gobiernos, ciudades, empresas multinacionales, tendrán que buscarse otros procedimientos para exhibir su poder (léase otra vez 'poderío'). Yo apuesto por la construcción en el espacio exterior; ésta es una historia que, en cambio, no ha hecho más que empezar.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 23 de septiembre de 2001