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49º FESTIVAL DE SAN SEBASTIÁN

Un poema indio y una comedia francesa mantienen la alta calidad del concurso

Una obra maestra de Manoel de Oliveira destaca entre la programación del festival paralelo

El filme indio El guerrero, violento pero elegante y conmovedor poema de estirpe ascética, dirigido por Asif Kapadia, y la graciosa y vibrante pero excesivamente larga y no bien medida comedia franco-belga La bici de Ghislain Lambert lograron mantener ayer, pese a no ser películas totalmente logradas, la alta calidad que está alcanzando el núcleo del encuentro donostiarra. Hay buen cine en ambos filmes, pero el gran cine, el sabor del genio del cine, llegó ayer al festival paralelo en la audaz y austera secuencia minimalista, elaborada con complejísima sencillez, de Vuelvo a casa, obra maestra de Manoel de Oliveira.

El francés Philippe Harel dirige La bici de Ghislain Lambert con muy buen olfato para transmitir a la pantalla ritmos vibrantes, buenas artes de trepidación cómica. Es en conjunto su película un patético y a veces amargo -pero siempre propuesto en claves cómicas eficaces y divertidas- relato de la vida diaria, entre abnegada y pícara, de un ciclista belga profesional, un loco (pero fatalmente condenado a ejercer ese su amor desde la mediocridad) enamorado de su deporte, que, visto así, ofrece algunas desconocidas esquinas de sorprendente relieve.

El infeliz personaje, que borda con desgarro y mucha verdad el excelente actor belga Benoît Poelvoorde, no logra nunca saltar hacia adelante desde su estancamiento en la última fila del escalafón de su oficio y, por mucho empeño que pone, jamás logra escapar del cerco de los llamados ciclistas gregarios, hombres que se parten anónimamente, en provecho de otros, el espinazo y que -precisamente en tiempos de una leyenda viviente como la del gigante belga Eddie Merckx- malvivieron en los rincones oscuros de un esforzado, hermoso y magnífico pero a veces injusto y durísimo deporte que esconde detrás de sus luminosas cumbres algunos rincones muy oscuros.

El filme se respira con ligereza y se disfruta a ratos, aunque no siempre, pues, por desgracia, está mal resuelto a causa de algunas dilaciones en la -delicada por tratarse de una comedia, forma que exige a la pantalla ir recta y velozmente al grano- crucial zona del desenlace, cuyo final se hace esperar demasiado y está precedido de indecisiones y altibajos. Un peinado de 15 minutos del metraje de esta parte final de La bici de Ghislain Lambert haría ganar a ésta un buen puñado de los estupendos quilates cómicos de su comienzo.

Vibrante es también, aunque en sentido literalmente opuesto al francés, el filme indio El guerrero, que discurre sobre una secuencia mansa y cadenciosa -pero a veces rota por estallidos de violencia- propia de un relato abierto. El director de esta bella película, realizada con noble y libre simplicidad, se llama Asif Kapadia y es un joven cineasta formado en Gran Bretaña. Su filme es el relato, desplegado en forma lírica con ecos y acordes de poema trágico, de un camino de purificación.

Nos movemos dentro del viaje emprendido por un matarife a sueldo -especie de samurái indio- de un cacique feudal en la India precolonial. Este brutal asesino, un hombre que parece hecho de pedernal, es forzado un día, a través de un choque de circunstancias trágicas que conducen a la muerte de su propio hijo, a percibir bruscamente el horror de su oficio. Y decide lavar su pasado en las lejanas aguas de los lagos sagrados del Himalaya, a los que emigra en una ascética y silenciosa -el filme es de tan rica visualidad que apenas si necesita diálogos- aventura de elevación interior y exterior.

Ambos filmes mantuvieron el alto nivel alcanzado por el concurso en la sección oficial, pero fue en el apartado de la sección paralela Joyas de otros festivales -que nos permite rescatar algunos de los más importantes filmes del año- donde recaló aquí lo mejor con mucho del día. Allí, en efecto, se proyectó el admirable filme chino La bicicleta de Pekín, dirigido por Wang Xiaoshuai, un muy notable joven cineasta que ganó, con esta preciosa obra metafórica sobre la interioridad de las enormes y dramáticas convulsiones sociales que vive el pueblo chino ahora, el Oso de Plata y el Premio Especial del Jurado en el último Festival de Berlín.

Pero el punto de cumbre estuvo en el rescate de Vuelvo a casa, última película por ahora del inagotable e inmenso cineasta Manoel de Oliveira, que con 95 años a las espaldas hace cine de apasionante audacia, frescura, concisión y agilidad, además de cine absolutamente de ahora y atestado de presagios de cine futuro. En esta obra maestra hay un grave y hondo desvelamiento del teatro como alimento de la pantalla, que es uno de los signos distintivos del gran cine que viene. Y hay además el regalo de un estallido sin barreras de contención del talento del actor francés Michel Piccoli, que hace lo que a todas luces es su mejor interpretación.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 25 de septiembre de 2001