De cumbre borrascosa a cumbre borrascosa. El VII Ciclo de Lied acabó antes del verano con una inmersión profunda en dos sesiones en los lieder de Mahler, a cargo de Thomas Hampson; el VIII comienzo con la culminación de los grandes ciclos de lieder de Schubert en tres temporadas sucesivas con Goerne. De barítono a barítono. De corazón a corazón. Y en la trastienda, una programación inteligente para un público que sabe apreciar lo que se le ofrece.
Winterreise (El viaje de invierno)
De Franz Schubert. Matthias Goerne (barítono), Eric Schneider (piano). VIII Ciclo de Lied. Fundación Caja Madrid. Teatro de la Zarzuela, 24 de septiembre.
La bella molinera, El canto de cisne, El viaje de invierno. Goerne y Schneider aportan una visión unitaria de Schubert desde la concepción musical y magníficamente diferenciada en el terreno dramático. La espontaneidad melódica que desplegaron hace dos años con La bella molinera contrasta con la visión trágica e interiorizada que imprimieron ayer a El viaje de invierno. Un buen síntoma.
Visión trágica e interiorizada, con una matizada graduación en la intensidad expresiva. Empezaron suave, suave, dando a la palabra el protagonismo, sin que los subrayados musicales, desde el canto o desde el piano, forzaran lo más mínimo los aspectos emotivos. La palabra para centrar el discurso, para arropar el clima emocional.
Hasta la canción número 8, Mirada hacia atrás, no saltó el escalofrío. Desde entonces fue in crescendo, salpicado de pinceladas melódicas frescas como en Sueño primaveral, que contrastaba con una desolación cada vez más inevitable en la sucesión de canciones, hasta desembocar en ese estremecimiento de El zanfonista, donde se presentía que iba a aparecer en cualquier momento por cualquier esquina del escenario cualquiera de los músicos de Georges de La Tour.
Viaje al fondo de la noche, viaje al corazón del canto desgarrado, del que duele, en el que sabe la boca a sangre, robándoles la cita a los flamencos. Goerne se transfigura teatralmente y compensa con creces sus posibles (escasas, en todo caso) limitaciones vocales. Importa poco el perfeccionismo ante esta explosión de sentimientos románticos verdaderos, de credibilidad poética, de sentido dramático, de fondo humanista, con el amor, la noche y la muerte siempre latentes.
No creo que sea delirante desear que vuelvan a Madrid para hacer los tres ciclos de canciones de Schubert. A lo mejor, entonces, el alcalde les pone una medalla. Pocos se la merecen como ellos.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 25 de septiembre de 2001