Empeñarse en dar una versión sensata y redonda del estado de guerra en que nos mantiene la guarnición global, es puro reflejo inhibitorio, o servilismo patológico.
El país superpolicíaco e infrapolítico que escucha y graba sin permiso al mundo entero, -anota incluso los libros que las bibliotecas prestan a cada ciudadano- ha sufrido un calculadísimo atentado, buscando espanto ciudadano y mortandad en la dosis 'precisa' para servir de coartada a la primera guerra global. En 1914 bastó con asesinar a un archiduque.
El atentado apesta a oscuro como un pozo de anguilas, pues los decretados autores, 'hábiles como las sombras', no han destruido ningun objetivo militar ni económico ni vital para el país, a cambio de una licencia para desollar multitudes, ermitaños y cabreros islámicos. La realidad de las víctimas del 11-S no quita extrañeza a este atentado. La añade. Los inculpados son más tontos e inexistentes que aquellos indios del oeste by Hollywood que giraban como descosidos al tiro al blanco en torno a la caravana hasta que no quedaba caballo con jinete. Amigos, qué volteretas.
Aquí no habrá cintas grabadas ni papeles a desclasificar, y quizá la verdad de este global pozo de anguilas nunca vea el sol.
Entretanto España, experta en westerns spaghetti, servicial cicerone de todo rodaje, y el resto de Europa, no tienen ni idea del papel que les va a tocar en el reparto.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 26 de septiembre de 2001