Las relaciones entre poesía popular y poesía culta forman en el flamenco una profusa red de arterias por las que circulan ambos genios, con sus secretas y fértiles complicidades. 'A la orillita de un río / me pongo a considerar: / mis penas son como el agua, / que no acaba de pasar', escribió Manuel Machado, inspirándose sin duda en el segundo tercio (en el flamenco los versos se llaman 'tercios') de una petenera sublime: 'Al pie de un árbol sin frutos / me puse a considerar: / qué pocos amigos tiene / el que no tié ná que dar'. Y todavía el menor de los dos hermanos glosó la faena con este remate: 'Cada vez que considero / que me tengo que morir / tiendo mi capa en el suelo / y me jarto de dormir'.
El primer cancionero flamenco que podría ostentar tal nombre (tras los meros acopios de Estébanez Calderón y Fernán Caballero) sería La soledad (1860), del madrileño Augusto Ferrán, aquel buen amigo de Bécquer que echó al fuego ciertos documentos comprometedores que el desdichado autor de las Rimas, ya en su lecho de muerte, le pidió destruyera. Digo 'podría' porque su autor prefirió subtitularlo como 'colección de cantares populares y originales'. Todavía a la palabra 'flamenco' le quedaban muchas dudas que recorrer, como veíamos la semana pasada.
Una edición actual de este cancionero (Signatura Ediciones, Sevilla, 1998) a cargo de Francisco Robles, con la colaboración de José Luis Blanco y J. L. Rodríguez Ojeda, ha tenido el buen acierto de incorporar completo la presentación que hizo Bécquer a las coplas de su amigo, y que sólo había aparecido tal cual en El Contemporáneo. Es este Ferrán un poeta no siempre bien esclarecido, sin duda a causa de la gigantesca sombra del sevillano, pero que influyó notablemente en un modo de sentir desnudo y de hacer escueta la poesía, aprendido en Alemania de los románticos, de Heine principalmente, sin el cual no se entendería ni al propio Bécquer ni, muy de largo, a Juan Ramón y Bergamín, que reconocieron ese ascendiente.
La proximidad del lied de la poesía tradicional germánica con el canto popular español fue el hallazgo fundamental del madrileño, quien así se convirtió en primer embajador de la excitante sintonía y él mismo fabricante de la nueva mixtura. Dice Bécquer en el aludido prólogo que, al leer esa colección, por un lado popular, por otro culta, toda su Andalucía 'se levantó como una visión de fuego del fondo' de su 'alma'. Tanto debió impresionarle que una de las más celebradas rimas del sevillano ('Como se arranca el hierro de una herida...') lleva el sello inconfundible de esta soleá de Ferrán, insuperable: 'Como la quería tanto, / se dejó el hierro en la herida / para morir más despacio'.
Pero el venero popular no sólo inspiraba el estilo -brevedad, espontaneidad, hondura y gracia-, sino también la temática, como en esta copla que parece resumen del cuento tradicional Estrellita de oro, una de las muchas Cenicientas españolas: 'Si yo pudiera arrancar / una estrellita del cielo, / te la pusiera en la frente / para verte desde lejos'. Con todo, algo hay que se antoja inimitable en los cantares del pueblo, como este primero de la colección de Ferrán. 'Yo tengo una lima sorda / que me lima el corazón: / suspirando me anochece, / llorando me sale el sol'.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 3 de octubre de 2001