En este planeta ocurren verdaderas tragedias humanas, pero sólo nos preguntamos por qué cuando se deben a la actuación de los elementos: miramos al cielo, unos para maldecir a los dioses y otros para preguntarnos ¿porqué? Cuando se dan tragedias que se escapan a nuestra razón y son derivadas de la actuación de los hombres, los medios de comunicación y los gobernantes con sus comentarios, decisiones y determinaciones, para nada invitan a una reflexión que arranque desde un ¿porqué?; la primera pregunta es ¿quién? y, ya con la ley del Talión en la mano, las siguientes, ¿cúando? ¿dónde? ¿cómo?
Contra el cielo, el hombre se siente impotente para aplicar venganza; muy diferente entre los hombres, que constatemente invitan a beber de una fuente que da más sed cuanto más se bebe. Esta forma de solucionar los conflictos no hace sino perpetuarlos, envileciendo moralmente a una ciudadanía a la que en estos casos se le pide comprensión de las determinaciones y respuestas tomadas por sus gobernantes.
Entiendo que la venganza es una manera de rentabilizar el hecho de querer hacer justicia, matar dos pájaros de un tiro o tres o cuatro; aplicar la moral del buen sembrador que, para ejemplarizar, en principio va arrancando la mala semilla del huerto ajeno.
Si no se va a la raíz, a las causas históricas de los conflictos, todo será poner parches nuevos a un vestido viejo. Ir al punto de arranque desandando el camino y volver a caminarlo con otro ropaje. Ahondar en el por qué de los hechos y en las razones, intereses reales y resistencias para su no resolución.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 4 de octubre de 2001