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COLUMNA

Chantaje

Feo asunto, la financiación irregular de los partidos. Mucho más si se usa como munición en la guerra sucia interna. Algunas narraciones periodísticas del episodio que aflige a Joan Ignasi Pla minimizan sintomáticamente el contexto de donde procede la bomba y su manipulación. La carta que el ex alcalde de Alaquàs Adrià Hernàndez envió en 1999 al entonces secretario de Organización del PSOE, Ciprià Ciscar, asegurando que Pla le presionó para beneficiar a cierta empresa era tanto la denuncia atribulada de un militante como un arma que la tribu en L'Horta Sud brindaba a su jefe de filas en medio de la batalla por el control del PSPV. En otras palabras, Ciscar era juez y parte cuando él y Joaquín Almunia (¡menudo papelón!) obligaron a Joan Lerma y a Pla a dimitir tras un tormentoso congreso extraordinario de los socialistas valencianos que Ciscar trató infructuosamente de ganar a cualquier precio. Ha dicho ahora el ex secretario federal de organización que la sospecha invalidó a Pla para ocupar cargos orgánicos hasta que se concluyó que no había pruebas (no se sabe a partir de qué investigaciones, con qué garantías ni en qué instancias). Vista la utilización que de ella se hizo, resulta bastante sospechosa la sospecha lanzada sobre Pla, ya que prolongó el convulso desgobierno del PSPV mediante comisiones gestoras. Que el artefacto no perdió la espoleta ha quedado claro cuando, tiempo después, alguien lo ha hecho estallar. Los populares, seriamente agobiados por el alcance del caso Gescartera, tratan de amplificar los daños, de por sí notables, que ha causado el incidente en el PSPV, sin darse cuenta de que tienen sentadas en el Consell a dos personas que en su día eludieron los tribunales en escándalos de financiación irregular porque las grabaciones de sus trapicheos no fueron admitidas. Por eso la ejecutiva del PSOE, a través de Jordi Sevilla, hizo el viernes un contundente disparo de advertencia: 'si todos los constructores dijeran lo que saben no sé si resistirían las estructuras del PP'. Y Pla ha aprendido una amarga lección: en política, como en la vida, nunca hay que ceder al chantaje si uno quiere seguir en la partida.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 8 de octubre de 2001