Al cumplirse el centenario de la muerte de don Francisco Pi y Margall parece oportuno volver a dar su nombre a una calle de Madrid, la ciudad que eligió para vivir y morir, de la que fue concejal y en la que desarrolló su actividad política y literaria.
Se había llamado avenida de Pi y Margall el tramo de la actual Gran Vía que va de la calle de la Montera a la plaza de Callao, inaugurado en 1922. Fue continuación del que va de la calle de Alcalá a Montera, dedicado al conde de Peñalver, alcalde de la Villa e impulsor de las obras. El tercer tramo, de Callao a la plaza de España, llevó el nombre de Eduardo Dato.
La dictadura unificó los tres tramos y les impuso otro nombre, pero dedicó otras calles al conde de Peñalver y a Eduardo Dato. Solamente Francisco Pi y Margall se quedó sin recuerdo, por haber sido presidente del poder ejecutivo de la I República.
Sin embargo, los otros tres presidentes legales del poder ejecutivo (mal llamados presidentes de la República, porque no existió ese cargo) -Estanislao Figueras, Nicolás Salmerón y Emilio Castelar- sí han tenido y siguen teniendo calles con sus nombres. En el caso de Castelar hay una calle, una glorieta y un monumento evocadores de su persona, que la dictadura respetó seguramente por considerarle un predecesor.
El único que carece de ese recuerdo popular que es una calle dedicada es don Francisco Pi y Margall, el hombre que encarnó como nadie los ideales de la República Federal; será por eso precisamente. Es el momento de reparar esa injusticia, en la oportunidad de conmemorar el centenario de su muerte, acaecida el 29 de noviembre de 1901, en el número 17 de la calle del Conde de Aranda.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 8 de octubre de 2001