Frente al museo del Prado están aparcados, a las nueve de la mañana, seis grandes vehículos atestados de policías. Alarmado, pregunto a uno de ellos:
-¿Un atentado?
-No, son los ciclistas.
-¿Tan malos son?
Pero el asunto no es para tomarlo a broma. La Vuelta Ciclista no empezará sino cinco horas más tarde. Pero en su larguísimo recorrido -que parece diseñado para molestar lo más posible- encuentro ya actuando a miles de funcionarios, pagados con nuestros impuestos, que nos están prohibiendo ya circular por ciertas calles, y ya se están llevando con grúas nuestros coches, cuyo único pecado es estorbar... el máximo lucimiento de unos pocos, que van a ganar muchos millones haciéndonos gastar muchísimos más a todos los madrileños, y cerrando o dificultando, además, el tránsito durante mucho tiempo a varios centenares de miles de ciudadanos a pie o en vehículos.
¿Para qué necesitamos nosotros hablar de corrupciones como la de Gescartera? Aquí tenemos, en éste y otros ejemplos patrocinados por el Ayuntamiento de Madrid, rápida, oficial y legalmente, casos no menos sangrantes de aprovechados que, encima, parece que no hay nadie que se atreva a detener.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 9 de octubre de 2001