PÁJARA PLAYAS
Manolo; Raúl Benítez, Agapito, Casales, Javi Fuentes; Mangas, David Gómez, Juan Luis (Coméndez, m. 53), Yerout; Pacho (Quique, m. 53); y Nando (Carlos, m. 67).
REAL MADRID
Y es que el Madrid, en efecto, tardó mucho en sentirse lo suficientemente cómodo como para poder desplegar algo de esa calidad que, aun con una alineación de circunstancias, siempre debe suponérsele.
Como suele ocurrir en estos trances del partido único en el terreno del equipo inferior, que tanto morbo dan al torneo, su rival quería hacer historia y, a galope sobre su entusiasmo, llegó a acosarle e incluso estuvo en un tris de derribarlo en dos ocasiones antes de que Guti atinase por primera vez. ¿Qué habría ocurrido si César no hubiera andado ágil de reflejos y puños para sacar bajo el larguero dos cabezazos casi sucesivos de Nando y Pacho al filo de los 15 minutos? La respuesta sólo puede flotar ya en el aire de la especulación. Pero el fantasma del Toledo debió de producir algún que otro escalofrío en el banquillo blanco.
El Pájara se sabía ante la cita suprema de su corta vida, cinco años. Así, corrió como se imaginaba que correría. Pero también jugó con más sentido del que se presumía en un colista de la Segunda División B. Mangas, por ejemplo, causó estragos por momentos por su banda. Savio se desentendía de sus penetraciones y, de esa forma, a Raúl Bravo se le echaba encima con ventaja y le creaba serias dificultades. Rápido y escurridizo, de sus pies surgieron los envíos más peligrosos para César.
Pero... no, el Pájara no tuvo la deseada fortuna para aprovechar sus oportunidades. El Madrid, en cambio, acertó casi en la primera de las suyas. Guti tuvo el instinto necesario para girarse y convertir en un tesoro una cesión de Celades. Sólo a partir de ese momento el conjunto de Vicente del Bosque empezó a sentirse tranquilo y a mostrar una mínima densidad en sus evoluciones. Antes no había sido capaz de controlar el juego a pesar de la voluntad de Zidane, que no escurrió el bulto y quiso estar abajo y arriba. Pero el agobio del adversario era demasiado grande como para que las triangulaciones que partían de Celades o McManaman prosperasen. Tuvo que ser Guti, retrasando su posición unos metros, bajando a buscar el balón, el que empezara a descomponer un poco la firme defensa del cuadro canario. Además, el ayer capitán madridista puso la guinda del gol.
Y la puso por partida triple. Nada más reanudarse el juego tras el descanso, un cabezazo suyo dejó la eliminatoria vista para sentencia. Con dos goles ya en contra, la fe del Pájara desapareció tan veloz como su potencial físico. La contienda había perdido ya casi todo su interés. Para el Madrid, cuyo técnico prescindió de inmediato de Zidane en una prudente medida proteccionista, se trataba tan sólo de retener la pelota el mayor tiempo posible en su poder y esperar a que el guión escrito siguiera su curso con los menores sobresaltos precisos. Así, por el propio peso de la inercia, Guti cerró su vena rematadora con una diana más. Ya era suficiente y Del Bosque le mandó a la ducha. Savio completó luego el póquer. Misión cumplida. No hubo noche toledana.