Hace unos días visité el Museo Nacional de Arte Reina Sofía con mi padre y mi hija pequeña para que viesen el Guernica, ya que no habían tenido ocasión antes de verlo.
Cada vez que contemplo este cuadro -visito con frecuencia el museo por razones profesionales- me produce un extraño escalofrío que está a medio camino entre la obra maestra del siglo XX que es y como emblema que ha sido de toda una generación de españoles de izquierdas que añorábamos vivir en un país en libertad y democracia.
En la década de los setenta, cada piso de estudiantes que se preciara contaba con una reproducción del mismo a modo de bandera.
Sin embargo, de repente, el Guernica, de Picasso, ha cobrado nueva actualidad con los terribles acontecimientos acaecidos hace unas semanas y con los que inexorablemente se avecinan. Los norteamericanos se han lanzado a la calle para enarbolar su bandera.
Yo propondría que Europa, como continente viejo y sabio, hiciera lo suyo con el Guernica, a ver si pudiésemos entre todos contrarrestar, con un poco de sensatez y cordura, tanto desatino por todas partes.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 11 de octubre de 2001