Acabo de llegar al trabajo después de un atasco bastante notable causado por los preparativos del Día de las Fuerzas Armadas. Me parece que deberíamos ya desechar estos residuos del pasado un tanto medievales, más aún cuando en estos días algunas de esas armas que se van a pasear por la Castellana como si fueran objetos de culto están exhibiendo su poder destructivo y su capacidad para producir sufrimiento.
Si todavía los ejércitos y su parafernalia son necesarios para preservar nuestra libertad y nuestra independencia, nos resignaremos e incluso nos mostraremos agradecidos, pero, por favor, no nos lo muestren como si fueran objetos de deseo o motivo de orgullo. Es una gran falta de sensibilidad, constituye un seguidismo inaceptable y, sobre todo, es una triste gracia.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 13 de octubre de 2001