Las dificultades para recibir imágenes de la guerra parecen una alegoría de la crónica dificultad para ver dentro de la civilización islámica. Lo mismo sucedió con la guerra en Irak, cuyo desarrollo se saldó con una constelación de lucecitas, un panorama en la pantalla barrida de seres humanos, viviendas, pánico y dolor. Detrás de esa visión oscura y verdosa en la que se reasume esta batalla contemporánea se desarrolla, sin embargo, uno de los espectáculos gore que más aspiraría a transmitir el nuevo sensacionalismo de los medios de comunicación. El cine, la televisión, las cintas de vídeo, se han afanado por representar todas las formas imaginables de violencia, han rociado de sangre sus planos y sembrado de muerte los guiones. Pero, además, en los nuevos reportajes y reality show se han ido incorporando secuencias reales, segmentos de terror real en programas sobre catástrofes, accidentes, torturas o asesinatos. ¿Cómo se explica que cuando llega la guerra, el gran suceso del horror, no existan las cámaras necesarias para ofrecer imágenes a todo el globo? El contrasentido de esta guerra en el mundo árabe se vive en paralelo a la paradoja de mantener encendido el televisor sin llegar a ver nada. O es de noche o no hay imágenes de la emisora Al Yazira. Y sin imágenes, ¿cómo experimentar? La vivencia de este suceso recuerda a la frustración que la emisión presenta cuando el programa está codificado y no somos abonados del canal. La imagen verdosa por donde saltan pequeños fogonazos es igual a una pantalla cifrada de la que somos expulsados como televidentes. La guerra se hace así un acontecimiento doblemente extraño en nuestras vidas: ocurre y no ocurre a la vez, nos convoca la compasión y nos rechaza el vacío de la imagen. Los musulmanes, integristas o no, se mueven en un espacio sobre el que no tenemos vista. Ni los vimos antes ni se les deja ver ahora. Su fuerza terrorista proviene especialmente de la incapacidad occidental para entender como seres humanos y como telespectadores. Al lado del fracaso evolutivo de las sociedades árabes se encuentra el fracaso de la occidentalización. El triunfo allí de la opacidad sobre la democracia, del integrismo sobre la enaltecida transparencia global.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 13 de octubre de 2001