Ser indulgente con la intolerancia dentro de una sociedad democrática es abaratar hasta la gratuidad el precio de nuestra libertad. No podemos tolerar llamadas a la guerra santa dentro de nuestras fronteras, así como no podemos tolerar ni manifestaciones ni organizaciones radicales en nuestro suelo, que no respeten las reglas del juego en el que estamos inmersos las sociedades occidentales, sean éstas de carácter religioso, de carácter político o de cualquier otra clase.
La indolencia con la que vemos crecer el odio y la intolerancia debajo de nuestros pies es vender muy barato nuestro sistema de libertades.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 14 de octubre de 2001