El secreto de los gobiernos, es que no son tan estúpidos ni sanguinarios como demuestran. Por propio gusto podrían obrar civilizadamente y con menos iniquidad, pero eso decepcionaría a las masas gobernadas, cuya denominación de 'pueblo' es tan impertinente como llamar ciudad al cementerio. Las naciones masivas, 'tontis que tontis', cuanto más saben y tienen, más anhelan ser gobernadas por una sola cualidad, la fuerza, que suple con ventaja todas las demás virtudes posibles en el mundo. Necesitan ese error de seleccionador denominado efecto halo, gracias al cual las personas más guapas o simpáticas en algo, valen más para todo.
Los gobiernos podían ser diferentes o dimitir pero sus votantes sólo esperan de ellos algo que en la vida privada sería, brutal y mentiroso, con o sin cofia. Los electorados saben servirse y apostar. Con moneda de caras iguales, serenas apuestas.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 22 de octubre de 2001