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COLUMNA

Veinte años

El Estatuto de Autonomía cumple 20 años en plena guerra, y no me refiero a la de EE UU, con el apoyo de todos sus gobiernos amigos, contra Afganistán, sino a la cada día más estéril entre el PP y el PSOE en Andalucía.

El PP vive en plena excitación, aunque hace de sus continuas y dramatizadísimias denuncias azucarillos en agua, precisamente por el exceso verbal. Con motivo de los actos del aniversario del Estatuto, ha acusado al PSOE de monopolizarlo. Es cierto que el PSOE aprovechó para montarse una de mitin, con la presencia de Rodríguez Zapatero, pero que se sepa nada prohíbe a un partido celebrar como le parezca. Al PP le parece mal que el PSOE celebre el aniversario del Estatuto, y queda la duda de si será porque ésa es una celebración que, referida a hoy, puede celebrar el PP, pero referida a su actuación hace 20 años, la derecha no tiene mucho que recordar, incluso es mejor que no recuerde nadie nada. Y, sin embargo, no es eso es lo más importante, sino saber si los partidos, todos, serán capaces de un debate serio y riguroso sobre la necesidad, o no, de reforma del Estatuto.

Pero estamos en el folclore de dramatizar la vida política andaluza, atacada por la insana tendencia de algunos a hacer de lo que aquí pasa o se dice que pasa motivo de escándalo permanente, más artificial que otra cosa y más tendencioso que constructivo.

Hace 20 años los andaluces nos dimos un Estatuto de Autonomía, nos han pasado cosas buenas en esos 20 años, aunque no todo pase a la velocidad del deseo y de la necesidad de mejorar, y haya toneladas de actuaciones criticables y lentitudes y carencias denunciables. Entre lo malo, algunos, y desde luego el PP, piensan que lo es, el hecho de que el PSOE haya ganado elección tras elección, desde que el Estatuto nos alumbra. Acabar con eso, sin embargo, no se va a conseguir por la vía del exceso, que ya fue tomada por la oposición de izquierda y de derecha, en ocasión olvidable por los nefastos resultados que le proporcionó. En política, por más que se confundan quienes no lo creen, la gente distingue el rigor de la denuncia razonada del folclore. Y actúa en consecuencia.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 23 de octubre de 2001