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CARTAS AL DIRECTOR | CARTAS AL DIRECTOR

Violencia en las aulas

Lo peor que le puede pasar a una persona en su trabajo o en cualquier situación de la vida es sentir que le machacan su dignidad, que la hunden en el desprecio y la reducen a una sombra semiinvisible que no importa a nadie y que en el mejor de los casos sólo arranca de sus alumnos una sonrisa de condescendencia. Porque de eso se trata: nos vemos obligados a mendigar el olvidado derecho a ser profesores a los que no gritan, insultan o incluso agreden alumnos maleducados que lo único que desean es, según ellos mismos afirman, disfrutar intensamente de la vida y para los que nosotros somos un insoportable estorbo.

Intenten ponerse dentro de nuestra piel y comprender lo que se siente cuando un alumno, a la pregunta de por qué no se calla e intenta trabajar como el resto de sus compañeros, te responde que él hace lo que le da la gana, que lo dejes en paz y te metas en tus asuntos.

Esto, que en otra época nos habría escandalizado a todos, es una anécdota sin importancia. Sucede cada día y seguirá ocurriendo en medio de una inmensa maraña que no deja de crecer, porque ante esto no podemos hacer nada, nadie te apoya. Los padres te dirán que ellos no pueden con sus hijos, que te las apañes con ellos y se los quites de en medio, que bastante tormento les dan.

Si acudes al inspector y le cuentas que unos pocos no te dejan dar clase al resto, él te dirá que la culpa es tuya por intentar impartir contenidos y no dedicarte a hacer terapia de grupo en clase. Las matemáticas, el inglés, la historia, la lengua, etcétera. Nada importa.Hay que centrarse en los violentos y enseñarles normas de conducta, aunque se rían de todo ello en tu cara.

Creo que ya no tiene sentido pensar que un día hicimos una carrera y aprobamos una oposición que nos capacitaba para impartir aquello para lo que nos habíamos estado preparando.

Nuestra frustración personal ya no es tan importante, pero sí lo es la de todos aquellos estudiantes que tienen toda la vida por delante, que desean aprender para poder soñar con su propio futuro y a los que un puñado de compañeros les están boicoteando sistemáticamente su derecho a una enseñanza de calidad, la que podrían recibir si a nosotros nos dejaran hacer nuestro trabajo.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 23 de octubre de 2001