"Que juegue, que juegue". A Francisco Pavón, 21 años, le bastaron unos minutos junto a Fernando Hierro, el jefe supremo del Real Madrid, para ganarse su bendición. A Hierro le gusta Pavón como compañero, se siente cómodo a su lado, y no hay mejor salvoconducto que éste para adentrarse en el corazón de una de las defensas más turbulentas del mercado.
El chico ha salido airoso ya de combates ante tipos de postín: Batistuta, Palermo, Mornar... El chico vale. Y en el Madrid, que lo saben, no quieren aún que el propio jugador lo descubra. Por eso le pintan de circunstancial su situación, le recuerdan que su verdadera taquilla sigue en el filial y le advierten contra las ínfulas. Pero al tiempo, y a escondidas, se frotan las manos. Justo cuando las averías en la defensa del Madrid resultaban más pronunciadas, cuando la política de fichajes en esa zona recibía más dardos, va y aparece Pavón. "Es una experiencia muy agradable, pero estoy aquí por las circunstancias, no me preocupa volver al filial", dice Pavón disfrazando de naturalidad unas palabras medidas con precisión de relojero. Pavón sabe exactamente lo que sus jefes quieren escuchar. O mejor, lo que no quieren escuchar.
De momento, Pavón guarda todas las camisetas del Madrid con las que ha jugado -menos la del Anderlecht, que la cambió- y reprime su entusiasmo. Simplemente observa y lo retiene todo: la primera instrucción de Del Bosque "...juega como lo haces normalmente y muy concentrado", las primeras palabras de Fernando Hierro "...tranquilo chaval, que aquí nadie se come a nadie". Y trata de aprender. Ya tiene una teoría sobre lo que debe ser un central: "Contundente y agresivo, muy inteligente, y de una buena colocación en el campo". Sobre sus defectos a pulir: "Debo mejorar en agresividad y echar más físico, más cuerpo, pasar por el gimnasio y coger un par de kilos". Y sobre sus principales cualidades: "Buena situación en el campo y concentración". También se anticipa y va bien por alto. Y, sobre todo, pese a que sus años y la situación del Madrid invitan a que la pelota le queme en los pies, la saca con soltura, pero sin complicarse. Pavón, sin embargo, atribuye el mérito a la compañía: "Con la gente que tengo alrededor pendiente de mí, es facilísimo".
Pese a que sus padres, mecánico él, ama de casa ella, son del Atlético -"dicen que primero son del equipo en el que yo juegue, pero a mí me da que siguen siendo colchoneros"-. Pavón es madridista desde niño: "Ya sabes, de pequeño te gusta ser del que gana". Llegó a las categorías inferiores a los 10 años. Empezó de medio centro, luego de interior derecho y a la tercera y ya para siempre, de central. Y nunca, pese a que el Madrid sirve de vivero principal a las selecciones en categorías inferiores, ha sido internacional.
Amigo del rock y fanático del cine de acción -Braveheart y Gladiator son sus películas favoritas- y de los juegos por ordenador -"todavía estoy en la edad, ¿no?"-. Pavón destaca principalmente por ser un casero empedernido. En el instituto vio de cerca las litronas y el tabaco, pero él prefería el deporte y quedarse en casa. Ahora lo agradece: "Cuando haces deporte no tienes la necesidad de integrarte socialmente bebiendo con los amigos o cualquier otra cosa". Le gustaba jugar y ver el fútbol, aunque no pedir autógrafos ni hacerse fotos con los jugadores. Tener referentes, sí. Al principio, por aquello de los goles, le gustaban Santillana, Butragueño y Van Basten. Pero luego, una vez le cogió el gusto al puesto, su espejo fue Hierro, su actual valedor.
Mientras, su novia, con la que sale desde hace un año, ya le empieza a advertir para que no cambie. Pavón sigue tan tranquilo. Cabreándose cada mañana durante una hora y media de atasco al volante de su Ford Focus para llegar a la Ciudad Deportiva.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 30 de octubre de 2001