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La amenaza de nuevos atentados multiplica el miedo y el desconcierto en Estados Unidos

El vicepresidente se refugia en "lugar seguro" y se prohíben los vuelos sobre las plantas nucleares

El Gobierno de EE UU insistió ayer en el llamamiento a la máxima alerta en previsión de posibles atentados inminentes y trató de justificar esta decisión arriesgada a pesar del temor que produce. Todavía estaba en vigor un llamamiento similar emitido el 11 de octubre; el FBI renovó su alerta basándose en "informaciones creíbles" sobre acciones terroristas hipotéticas en los próximos días. Al tiempo, las encuestas empiezan a reflejar un aumento de las críticas de la opinión pública a la forma en que su Gobierno está comportándose en el frente bélico y sobre todo en la crisis del ántrax.

Fuentes del FBI aseguran que las informaciones recogidas por los servicios de espionaje no son en absoluto específicas. El llamamiento a la alerta máxima puede estar provocado por un elemento concreto captado en el entorno de la red terrorista; según esa información, Osama Bin Laden habría delegado la autoridad para ordenar nuevos atentados. Según The Washington Post, quizá sólo los principales lugartenientes de Bin Laden pueden dar ahora esa orden, o quizá -en el peor de los casos- se permita a las células terroristas activas en cualquier parte del mundo realizar atentados cuando quieran o cuando puedan. La orden permitiría a los grupos actuar incluso aunque sus superiores hayan sido capturados.

El FBI sospecha que en EE UU hay al menos media docena de grupos extremistas islámicos vinculados a Bin Laden, aunque confían en haber desmantelado algunos con las más de mil detenciones desde el 11 de septiembre.

En cambio, fuentes del Gobierno citadas por The New York Times aseguran que el llamamiento a la máxima alerta se basa en conversaciones captadas por los servicios secretos en las que se emplea un lenguaje similar al que se registró en otros pinchazos realizados justo antes del 11 de septiembre.

En todo caso, el Gobierno optó por una vía tan conservadora como alarmista al decretar la máxima alerta, que es, por otra parte, la situación vigente desde hace tiempo. La medida también se interpreta como un llamamiento a la colaboración de las fuerzas locales de seguridad, que pueden estar acostumbrándose a una falsa normalidad capaz de reducir el nivel de vigilancia. Y es, sobre todo, un reconocimiento de que las informaciones de los servicios secretos son deslavazadas y poco fiables.

Hay contrastes en las últimas 48 horas que provocan desconcierto. El fiscal general y el director del FBI hacen el llamamiento a la máxima alerta y, a la mañana siguiente, el zar antiterrorista Tom Ridge pide a los estadounidenses "que sigan con su vida normal". El presidente, George W. Bush, confirma su asistencia anoche a la final de la liga de béisbol en Nueva York, pero a su vicepresidente, Dick Cheney, se le mantiene de nuevo en un lugar secreto. Poco después, se decretaba la exclusión aérea (prohibición de volar) sobre el estadio durante la asistencia de Bush y sobre las plantas nucleares del país.

Según Ari Fleischer, el portavoz de la Casa Blanca, los ciudadanos de EE UU "tienen que acostumbrarse a este equilibrio" entre alerta y normalidad. Tampoco ayuda que Internet esté plagado de leyendas sobre posibles ataques en la noche de Halloween (que se celebra hoy) o sobre la existencia de bombas atómicas portátiles.

En todo caso, crece la inquietud y la crítica en la opinión pública. Según un sondeo del Times, sólo el 18% de los estadounidenses tiene plena confianza en que su Gobierno puede protegerles de posibles atentados. Sólo el 28% está convencido de que se podrá capturar a Bin Laden. El 50% cree que las autoridades no están actuando correctamente ante la crisis del ántrax (carbunco). Aun así, el grado de aceptación de Bush se mantiene muy alto (87%), mientras que el 88% aprueba las acciones militares contra Afganistán. El 61% defiende esa guerra incluso aunque en ella tuvieran que morir "varios miles" de soldados de EE UU.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 31 de octubre de 2001