Chaqueta de cuero negro, camiseta negra y pantalón negro que contrastan con la piel pálida y los ojos y el pelo negro. Por su vestimenta y su máscara de estoico melancólico, cualquiera diría que Figo soporta un peso tenebroso. Una contrariedad que aguanta impasible y solo. Con indiferencia y mientras comienza a disfrutar de su residencia de Madrid, ilusionado por acudir al frente de Portugal al próximo Mundial, y a la espera de que su mujer, Helen, dé a luz a su segundo hijo y cumpla su sueño de fundar una familia numerosa. Ayer le preguntaron qué significaba el tercer Madrid-Barça en su carrera como madridista, el próximo domingo coincidiendo con su 29 cumpleaños. Respondió casi con desazón: "El partido del siglo se acaba en 90 minutos".
Desde 1996 el duelo más grande del fútbol español tuvo a Figo como protagonista en ambos bandos. Con el Barcelona jugó diez partidos y logró cinco victorias, tres empates y dos derrotas. Hizo tres tantos y provocó decenas de faltas y ocasiones de gol. Con el Madrid perdió una vez, empató otra y no mostró la capacidad de desequilibrio que se le supone. No consiguió ganarle al Barça pero levantó una Liga en la Cibeles. Ahora, la posibilidad de vencer a su ex equipo se le presenta otra vez. Como si de una deuda pendiente se tratara. Figo ahorra sentimientos, al menos en público, pero tiene la oportunidad de asumir un papel trascendental en el choque, olvidado ya el trauma que supuso su traspaso.
Metido en el clima ruidoso que anticipa estos partidos, el portugués respondió a las cuestiones de rigor con su habitual laconismo. ¿Qué supone que juegue Rivaldo? "Uno más". ¿Será definitiva la participación del brasileño? "Para nosotros, no. En el equipo del Barcelona seguramente que sí. Si está a un buen nivel, sí". ¿Qué equipo llega mejor al partido? "Estar arriba o estar abajo en la clasificación no influirá en el resultado". ¿Qué se juega el Madrid, que está a seis puntos de su rival? "Pienso que no es en estos partidos en los que se ganan las Ligas; normalmente es contra los equipos más flojos". ¿Espera un marcaje al hombre como el que le practicó Puyol hace un año? "No espero nada especial. No vamos a cambiar nuestro estilo de juego por un marcaje individual". ¿No le parece que este partido es un buen escenario para responder a las críticas que recibe? "No creo que tenga que demostrar nada. Llevo suficiente tiempo en España para que la gente me conozca bien y los que me han descubierto ahora es porque han tenido los ojos cerrados".
Quizá por su naturaleza visceral, Figo creyó en el costado romántico del fútbol. Vistió la camiseta del Sporting y del Barça con la vehemencia de un fanático y se convirtió en símbolo de Catalunya y de Portugal. Una imagen que se le volvió en contra coincidiendo con su fichaje por el Madrid, y que le ha llevado a recluirse para evitar tener que dar una respuesta permanente a las exigencias que le demanda su condición de mito. "No soporta la hipocresía que hay en el fútbol", dicen sus amigos íntimos. En el verano pasado, Figo confesó que echaba de menos los días en que jugaba en las calles de Cova da Piedade, el suburbio donde nació. Entonces el fútbol le hacía feliz.
Forzado por unas molestias en el abductor de la pierna derecha, Figo hizo carrera continua el miércoles pasado. Acababa de llegar de Lisboa, donde acudió aprovechando sus días de descanso para entrevistarse con el presidente, Jorge Sampaio, y presentarle un proyecto para una fundación de promoción del fútbol en los niños.
El miércoles trotó hoyando la hierba con la pesadez de un tractor. Se tocó el músculo afectado unas cuantas veces, y a la hora y media se fue al vestuario. Sonrió y dejó caer un "estoy bien" antes de largarse en un Mercedes gris que parece una lancha. Ayer, Figo se entrenó con normalidad y dio a entender que la entidad del próximo rival no le despierta un especial fervor. "No tengo por qué hablar sobre el Barça. No veo fútbol en casa", dijo.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 2 de noviembre de 2001