Asombrado me tiene un redactor de Canal Sur que ha salido en defensa del locutor Luis Arenas. Un servidor se ha atrevido a criticar el estilo informativo del citado Arenas, dada su pesadez poco soportable cuando retransmite por televisión partidos de fútbol y baloncesto y, madre mía, mejor no lo hubiera hecho. Al igual que un quijote resucitado que defiende a su escudero Sancho, así nos ha salido un tal redactor Roldán en defensa de su amigo y compañero Arenas.
No hay duda de que el loable defender a los amigos, pero parece poco prudente confundir los molinos de viento con gigantes. Porque, ¿dónde están las 'vejaciones' e 'insultos' que nuestro quijotesco Roldán cita en su escrito? Una de dos: o el inflado defensor no sabe leer, lo que resultaría sorprendente en un profesional de la información o, al igual que aquel manchego, ha utilizado su energía como pretexto para dar rienda suelta a sus obsesiones. Y ni siquiera se contenta con defender a su buen amigo de fatigas, sino que se convierte en caballero protector de todos los trabajadores de la información que se sienten ofendidos, vive dios, ante tan crueles críticas Y, además, es uno más de los que desde Canal Sur arremete contra este diario o contra cualquier otro medio que se atreva a censurarles.
Siempre he creído que cualquier ciudadano puede manifestar su opinión sobre el trabajo que realizan personas que cobran sus salarios de los impuestos que pagamos todos los españoles. A ver si resulta, amigo Sancho, que no se puede criticar a un trabajador de Canal Sur -desde una perspectiva progresista-, por ser una empresa pública. (Y digo progresista, porque progresismo es, entre otras cosas, intentar proteger la calidad del oído y la vista de miles de televidentes andaluces).
Parece, en fin, que con el tal Roldán hemos topado. Por decir que no soporto la forma de retransmitir los partidos por televisión de un determinado locutor, este nuevo caballero andante me llama 'envidioso', 'correveidile', 'arrogante' y 'desequilibrado'. Qué barbaridad. Lo que más me preocupa es que mi madre ha leído todos esos insultos y la pobre, que ya es mayor, me ha dicho apesadumbrada: '¿Para qué te metes en nada, hijo mío?'.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 3 de noviembre de 2001