La exportación en la Comunidad Valenciana no funciona como desearíamos, porque el peso relativo en el contexto español cada día es menor. Cataluña, por su parte, se dispara y se despega como la autonomía con mayor cuota de exportaciones, mientras Madrid empuja para desplazarnos del segundo puesto en la clasificación de regiones españolas con mayor incidencia en los mercados exteriores.
El dato no tendría mayor relevancia si no fuera acompañado de una tendencia constante a la baja desde hace varios años, quizás décadas. En este tema sería inútil echarle la culpa a la situación política actual. El Gobierno de Eduardo Zaplana no es el responsable de que madrileños y catalanes sean capaces de exportar más y mejor que los valencianos. En cambio, sí que parece aconsejable una reacción enérgica para que no perdamos ese digno segundo puesto en el ranking con el 12,2 por cien del conjunto de la exportación española, de la que Cataluña se lleva ya más de una cuarta parte y, más exactamente, el 27,9, con un incremento en el último semestre del 2,3%, mientras nosotros hemos perdido el 0,4. Las exportaciones de la Comunidad Valenciana pasaron del 8,2 al 16,9% del total español entre los años 1970 y 1973, para pasar a representar el 18,1 en 1984.
Por estas latitudes hemos tenido la costumbre de responsabilizar de todo lo que nos ocurre a quienes mandan. Podemos enfocarlo en esta ocasión así, pero volvería a ser ineficaz. Las personas y las sociedades maduras tienen que solucionarse sus problemas específicos. Es decir, los empresarios deben resolver los suyos y los políticos tendrán que solventar los que les corresponden, que no son pocos.
Hace unos días el Círculo de Economía, entidad prestigiosa radicada en Barcelona y que representa a un millar de profesionales y empresarios, se quejaba de un exceso de centralismo en las políticas estatales. Es muy posible que así sea y se quejan de que todos los nuevos organismos públicos que se crean para regular los comportamientos económicos se siguen situando en Madrid. Se refieren a las comisiones del mercado de valores, de la energía, de las telecomunicaciones o el Tribunal de Defensa de la Competencia. Y no es eso lo que ocurre en otros países como por ejemplo, Alemania.
A los valencianos, además debe inquietarnos que en el reparto entre estos dos núcleos fácticos de poder que son Barcelona y Madrid, apenas si nos vayan a quedar las migajas. El poder político es un instrumento, quizás el único, pero la organización, mentalización, sistematización, así como el rigor y el espíritu solidario, sólo puede provenir de los agentes económicos. Son los empresarios los que se han de jugar el tipo. Los políticos, por su parte, también necesitan una considerable presión social para actuar con suficiente respaldo.
En la Comunidad Valenciana, donde el problema es más preocupante que en Cataluña, tampoco se puede confiar en la oposición que está anestesiada y obsesionada por quién se lleva cuatro pesetas, cuando tenemos en peligro muchos millones de euros. Sobran los discursos sobre la recesión derivada del 11 de septiembre y faltan las acciones eficaces para evitar que la Comunidad Valenciana se quede definitivamente descolgada en la carrera europea y global del siglo XXI.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 4 de noviembre de 2001