La ex atleta sueca de origen ruso Ludmila Engquist, de 37 años, campeona olímpica de 100 metros vallas en 1996, y mundial en 1991 y 1997, admitió ayer haberse dopado en sus entrenamientos de bobsleigh, deporte al que se pasó tras dejar el atletismo el año pasado. La mujer que despertó la admiración tras ser tercera en Sevilla 99 al poco tiempo de serle extirpado un pecho por un cáncer, quería aportar su potencia tras no poder ir a Sidney 2000 por la operación de los músculos gemelos de sus piernas. Se recuperó y ha vuelto a caer. Es el último capítulo de una vida atormentada, alternando éxitos y desastres, admiraciones y críticas al ir demasiadas veces por el filo de la navaja de lo prohibido. Al final, las sospechas se han confirmado.
Engquist hizo ayer un ejercicio de sinceridad, pero también de realismo irremediable al verse atrapada. Declaró a las ediciones digitales de los diarios suecos Aftonbladet y Expressen: "Me he estado dopando a escondidas para los entrenamientos. He pasado un control en Lillehammer y sé que será positivo. Me dopé sin saberlo mi marido y entrenador, Johan, y renuncio a participar en los JJ OO de Salt Lake City 2002".
"Es un milagro", dijo en julio de 1999, un mes antes de los Mundiales de Sevilla, precisamente Johan Engquist, el entrenador que le dio su apellido y que la rescató de su primera gran caída. Fue en 1993, cuando ya había ganado su primer título mundial en Tokio 91. Entonces se apellidaba Narozhilenko, el nombre de familia de su primer marido, Nikolái, pues el suyo original es Leonova. Dio positivo en un control con esteroides anabolizantes y fue suspendida por cuatro años. Pero la historia, según se descubrió en aquellos momentos, resultó tan truculenta que Ludmila salió redimida.
Venganza
Nikolái la maltrataba y ella había pedido el divorcio. El marido, como venganza, le puso en la comida las hormonas. Ludmila presentó una denuncia contra él y el Tribunal Supremo de Rusia le dio la razón. La Federación Internacional de Atletismo (IAAF), ante semejante fallo, le levantó la sanción en 1995. Había purgado dos años por la venganza y su carrera parecía acabada. Pero entonces conoció a Johan, se casó con él y en junio de 1996 logró la nacionalidad sueca. Todo parecía ya de oro. Un mes más tarde ganó el título en Atlanta y al año siguiente volvió a vencer en los Mundiales de Atenas. Sin embargo, su vida se torció en marzo de 1998 cuando se le detectó un cáncer en el pecho derecho, que le fue extirpado en abril. Sufrió intensas sesiones de radioterapia y volvió a entrenarse a principios de 1999.
Asombrosamente, el 31 de julio reapareció en la clásica reunión de su ciudad adoptiva, Estocolmo, y ganó con 12,68s (su mejor marca, 12,26s, era de 1992). En Sevilla, ya hizo el primer tiempo de las 41 atletas en las series, con 12,62s y tras vencer en cuartos con 12,65s se impuso en una de las semifinales con 12,50s. Ya no pudo contener las lágrimas, como en la final. En ella fue superada por la gran estadounidense Gail Devers y la nigeriana (ahora española), Glory Alozie, pero el tercer puesto la permitió subir al podio. El milagro se había consumado.
Ludmila había recibido en 1997 el Svenska Dagbladet Bragdmedalj, la más alta recompensa deportiva de Suecia, un país rendido a sus éxitos. Tras su hazaña de 1999, incluso se emitió un sello con su efigie.
Stefan Lindeberg, del Comité Olímpico Sueco, y Sven Ake Enoksson, de Audi, uno de los patrocinadores del bobsleigh, coincidieron ayer, como muchos suecos, en decir: "Es increíble y lamentable. No podemos creer que sea verdad".
* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 5 de noviembre de 2001