El secretario de Defensa de Estados Unidos, Donald Rumsfeld, ha emulado a su querido presidente y ha regalado a la historia de la humanidad una nueva perla llena de paz y amor: 'Queremos matar talibanes'. A pesar de su esfuerzo, el secretario de Defensa (mejor sería llamarlo secretario de guerra) no ha podido superar a su presidente: 'Cogeremos a Bin Laden vivo o muerto'. Recuerden que, hace sólo unas semanas, también Berlusconi, con su habitual don de la oportunidad y su inigualable irresponsabilidad, nos obsequiaba con una llamada a la paz afirmando que 'la civilización occidental es superior al islam'. Defienden una serie de valores, de comportamientos, pero para defenderlos los incumplen.
Bin Laden sigue haciendo llamamientos a todos los musulmanes para que se unan a la yihad. No ha tenido bastante con acabar con las Torres Gemelas y con todas las vidas que con éstas se derrumbaron. Estados Unidos bombardea Afganistán con bombas y alimentos (¡pan y muerte!). El carbunco sume a los norteamericanos en un pánico continuo, la muerte puede estar en un sobre. Y todos son a la vez buenos y malos: 'Buenos y malos, malos y buenos: los actores cambian de máscaras, los héroes pasan a ser monstruos y los monstruos héroes' (Eduardo Galeano). Y Dios (ya sea Alá o Yahvé) ¿qué dice de todo esto? Pues que, gracias a lo que está ocurriendo, su fama va en aumento.
La humanidad vuelve a tener la muerte pisándole los talones. Todo el elenco de sembradores de la paz citados anteriormente no hacen más que echar leña al fuego para que no se apague. Y la ONU asiste al espectáculo, bien sazonado con unas palomitas. ¿Y la Declaración de los Derechos Humanos? Hasta ahora, papel mojado. Bienvenidos al absurdo.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 5 de noviembre de 2001