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El conservador Bolaños derrota al sandinista Ortega por amplia mayoría

El FSLN pierde por tercera vez consecutiva una elección presidencial en Nicaragua

La tercera derrota consecutiva del líder sandinista, Daniel Ortega, esta vez en las presidenciales del domingo por casi 10 puntos, introdujo el desaliento, y la rabia, en las filas del movimiento que hace 22 años expulsó de Nicaragua al tirano Somoza. "Salgamos a la calle, nos han robado el triunfo", instaba la desesperación. Ortega aceptó la derrota, vencido por los padecimientos asociados a su Gobierno de 1979 a 1990. Ganó Enrique Bolaños, a quien aguarda un Congreso previsiblemente a las órdenes del presidente saliente, Arnoldo Alemán, y al propio Ortega.

La masiva participación, en torno al 90%, desbarató los sondeos previos a la jornada electoral, que anticipaban un empate técnico, y aupó por un margen superior al previsto al empresario cafetalero de 73 años. Bolaños fue vicepresidente durante cuatro años con Alemán y fundamentó su campaña en el recordatorio de los desmanes y penurias causados por los años del Gobierno revolucionario de los comandantes sandinistas que presidía Ortega.

Escrutado el 13,3% de los votos, la tendencia parecía irreversible. El Partido Liberal Constitucionalista (PLC) de Bolaños sumaba el 53,73% de los sufragios. El Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) lograba el 44,65%, y el Partido Conservador, un mínimo 1,62%.

Tranquilas las calles de la capital y principales ciudades de Nicaragua, las sedes sandinistas eran ayer velorios mortificados por partida doble: por la victoria del "candidato de los ricos" y por los festivos petardos y tracas de los liberales. "Me tienen desesperadita esos sinvergüenzas de mis vecinos", protestaba una señora. Radio Sandino recibía llamadas convocando a la lucha. "¿Qué hacía el embajador americano [EEUU] en la sala de cómputos electorales?", se preguntaba uno. "Hay muchas sospechas, hermano. Quieren seguir robando, mientras el pueblo de muere de hambre. Hay que defender nuestra victoria".

Daniel Ortega no defendió lo imposible y compareció ante la prensa para admitir los resultados y subrayar que ayudará a la gobernabilidad de un país con el 70% de sus habitantes en la pobreza y aquejado por una deuda externa de 6.500 millones de dólares (1,2 billones de pesetas), 10 veces el valor de las exportaciones totales. "Vamos a colaborar en la gobernabilidad desde una postura de oposición, responsabilidad que sabremos construir de manera constructiva", declaró. "Vamos a apoyar a la democracia, que debe ir de la mano del fortalecimiento de las instituciones, de la lucha contra la pobreza, del imperio de la ley, del combate contra la corrupción, el narcotráfico y el terrorismo", dijo Ortega, a quien felicitó el propio Bolaños por su "comportamiento cívico".

Tratando de desactivar cualquier conato de resistencia en el extremismo sandinista, portavoces de los observadores nacionales y extranjeros certificaron la inexistencia de fraude en unas elecciones cuyo principal interés radicaba en saber si el FSLN era capaz de recuperar la presidencia tras haberla perdido en las elecciones de 1990 frente a la coalición encabezada por Violeta Chamorro. El ex presidente norteamericano Jimmy Carter y observadores de la Unión Europea se reunieron con Ortega para recibir garantías de que aceptaba el escrutinio del Consejo Nacional Electoral.

El presidente Alemán, cuya Administración despide un fuerte hedor a corrupción, según las denuncias judiciales, y fue el principal trampolín del sandinismo para subir en las encuestas, también felicitó a Bolaños. "Ha sido un triunfo arrollador". Un miembro de su Administración resumía las causas del fracaso de Ortega: "Los nicaragüenses no se tragaron la sinceridad de su cambio". En efecto, más que la corrupción detectada en el titular del Gobierno del partido de Bolaños, Alemán, pesó en el ánimo de los electores el recuerdo de la guerra interna de los ochenta entre el FSLN y la guerrilla Contra, financiada por Estados Unidos; los 30.000 muertos y otros tantos lisiados de aquel conflicto; el reclutamiento militar forzoso; la amargura del exilio político, o el convencimiento de que la normalización de relaciones con Estados Unidos sería imposible con Daniel Ortega. "Nos hicieron una campaña sucia", protestó el vencido.

El testimonio de una joven de Managua, su sentida satisfacción por el triunfo del liberal, era suficientemente elocuente. "¡Cuántos padres sin hijos, cuántas madres sin esposos en los tiempos sandinistas!", decía. "Yo tenía ocho años, y todavía recuerdo las grandes filas que hacíamos para agarrar un poco de arroz, un poco de frijoles. ¡Gracias a Dios, a nuestra Madre Santísima, que triunfó la democracia! ¡Gracias a Dios!".

* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 6 de noviembre de 2001