Me he mudado de piso. Soy feliz. O, mejor dicho, lo sería si no fuese por Telefónica. Me trasladé en agosto y se me ocurrió, iluso de mí, pedir una línea de teléfono. En ese mes había problemas de instalación, me dicen. Yo, que soy paciente, lo entiendo. El verano es el verano. Pero los problemas se han resuelto ya y yo sigo sin teléfono.
Y el caso es que mis vecinos, que lo pidieron días o meses después que yo, sí lo tienen. Llamo al 1004 el 30 de octubre. No se lo recomiendo a nadie. Me atiende una amable señorita. Me identifico: nombre, DNI y 'mi caso'. Se lo explico.
Me pasa con los asesores comerciales. Vuelvo a identificarme: nombre, DNI y 'mi caso' (¿o debería decir 'ni caso'?). Perdone, señor, pero en su zona no hay números. Debe ser para mí -pienso yo-, porque para mis vecinos sí los hay. Encuentro en mi portal al instalador de Telefónica de la zona que está, como es normal, instalando teléfonos, menos el mío. Le pregunto por 'mi caso'. Ya saben. Me dice que aquello de que no hay números no es verdad.
Vuelvo a llamar al 1004 (qué valor). Hablo con otra señorita. Le explico 'mi caso'. Pero ellos, ya saben, ni caso. Pregunto por el responsable. Respuesta: 'No le puedo pasar'.
Tampoco me puede decir su nombre. Pero, eso sí, me tranquilizan: existe. El instalador, un buen tipo, se ofrece a hablar con Telefónica. Según él, sólo falta la orden de instalación.
Le dicen que la cursan de inmediato. Leo 10 páginas de El castillo y consigo conciliar el sueño. En estas situaciones, Kafka me pone...
A la mañana siguiente, 31 de octubre, llamo al 1004 para, espero, llevarme la inmensa satisfacción de que ya han cursado la orden para resolver 'mi caso'. Pero no, no es 'mi caso'. Es, de nuevo, ni caso.
He pensado en llamarles por teléfono para explicarles 'mi caso', pero las repetidas llamadas a Telefónica me han dejado sin batería.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 6 de noviembre de 2001