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COLUMNA

Telecos

No puede extrañar que la tecnología móvil de UMTS lleve dos o tres años de retraso respecto a su programada implantación. No es sólo cosa del coste de las licencias, la gente está además empachada de telecomunicación. ¿Jugar al ajedrez con un tío de Japón? Eso fascinaba hace unos años a los internautas primerizos, pero ahora, lo que se aprecia, una vez que se ha perdido, es poder celebrar la partida de cartas, de ajedrez o dominó con otro parroquiano. Las telecomunicaciones han aportado mucho a la humanidad, según es tópico de los libros en las escuelas, pero simultáneamente han robado demasiado al trato inmediato. Las telecomunicaciones han colaborado decisivamente en la creación de la globalidad, pero han devastado el vecindario. Como consecuencia, se llega a estar saciado del nexo duro con los aparatos, de su piel impasible, de su inexpresividad, de su instrumentalidad absoluta. Lo mejor que prepara actualmente la técnica para contrarrestar este hartazgo es la figura del robot que simula al menos que se aflige, finge que nos atiende o que se ofrece activamente a nuestra variante voluntad. El robot es, dentro del mercado tecnológico, el paso que suaviza la crisis de la telecomunicación y, fatalmente, el remplazo del otro desaparecido de nuestra presencia. La batería de muñecos y artefactos animados o semianimados como gatos, como bebés, como asistentes, completa el segundo paso de la generación electrónica que, tras haber vaciado el espacio de proximidad humana, imita la estampa de los seres vivos. Unos seres vivos que ahora compartimos cada vez más sólo a través del fragmento de la voz, de la estampación en píxeles de su carne sobre la pantalla de Internet o en la digitalización sincopada de su inteligencia parpadendo en la ventana del móvil.

La feria SIMO que ahora se celebra en Madrid muestra y sopesa el avance de las tecnologías que desarrollan los negocios, los intercambios culturales o mercantiles, las conexiones entre nuevas terminales de usuarios, pero deja, tras el rastro de sus continuados logros en telecomunicación, el azulado claror de una nostalgia en la que día a día se quema vertiginosamente la densidad de la emoción cara a cara.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 10 de noviembre de 2001