Cada vez que salgo a la calle he de retorcer la mirada ante carteles publicitarios de ropa interior, muy frecuentes, como si no hubiese más productos para vender; da igual el objeto, porque todos los anuncios poseen un común denominador: el uso del sexo como reclamo publicitario. Al comprobar que es una circunstancia nada transitoria, acabo por concluir que me están tomando por un pobre animal que reacciona ante el primer impulso irracional que aparezca ante sí. Si tiene efecto este tipo de publicidad es porque los ciudadano hemos dejado que invadan nuestra intimidad y que se banalice la sexualidad, y que parece que no nos desagrada que nos traten como tontos a los que es fácil encandilar con un trozo de carne que reduce al hombre a pura materia incapaz de querer a su semejante por lo que es y no por lo que se ve de él.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 13 de noviembre de 2001