No mucha gente sabía hasta hace poco algo que no fuese un eco de vaguedades acerca de quién es y qué hace tan calladamente José Luis Guerin. Pero el vuelco que su hermoso poema En construcción -una hazaña del cine moderno esculpida con las yemas de los ojos en recio barro humano- dio hace un par de meses al Festival de San Sebastián y el buen golpe ayer del Premio Nacional de Cinematografía, arrojan un repentino chorro de luz sobre el perfil huidizo de este inmenso artista escondido.
Y su obra, una de las más singulares de que hay noticia, sigue escondida, pues el magnífico goteo de gentes que acuden a En construcción es un hondo caudal de minorías que no se alarga en el rescate de las dos obras que abrieron a esta camino. Una es el rescate, hace ya más de diez años, de las estancias interiores de la Irlanda de John Ford en la vivificadora Innisfree; y otra, un lustro después, es su turbador viaje al interior del enigma del paso del tiempo, que emprendió en Tren de sombras. Dos eminentes aventuras del espíritu que se ahondan ahora con el taladro de En construcción, filme que compone con aquéllos un triángulo de luz de cine necesario y uno de los momentos más libres y elevados del arte de ahora.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 14 de noviembre de 2001