ESPAÑA
Casillas (Ricardo, m. 83); Puyol (Torres, m. 74), Hierro, Nadal (Téllez, m. 46), Juanfran; Mendieta (Víctor, m. 55), Valerón (José Ignacio, m. 55), Guardiola (Sergio, m. 55), Munitis; Raúl (Aranzabal, m. 83) y Tristán (Morientes, m. 46).
MÉXICO
Pérez (Sánchez, m. 90); Suárez, Vidrio, Brown, Arellano; Morales, García Aspe (García, m. 60), Torrado (Mercado, m. 90), J. Rodríguez (A. Rodríguez, m. 67); Palencia y Alves.
Se vio muy pronto que allí no era posible controlar, pasar, conducir y regatear, cuatro premisas básicas del juego. Tanto los jugadores de España como los de México pasaron ratos muy desagradables. Innecesariamente desagradables por la voluntad de la federación al permitir partidos de este pelo y de organizadores -en este caso el ayuntamiento de Huelva- que solicitan lo que no pueden cumplir. España podría haber jugado este encuentro en otra ciudad y disputar el siguiente en Huelva en tiempo y hora. Ayer no era el caso, de ahí que la selección desaprovechara una de las pocas oportunidades que tiene hasta la Copa del Mundo para hacer pruebas.
Si, como proclama, el primer interés de la federación es amparar al equipo nacional, alguien ha cometido una grave irresponsabilidad. Nada de lo que ocurrió en Huelva se puede juzgar desde el punto de vista futbolístico. Es impensable una partida de billar sobre una mesa salpicada de chinchetas. Pero el fútbol, que se arroga la condición de primer deporte mundial, concede situaciones intolerables. Ninguno de los dos equipos pudo disimular su incomodidad. El intento de jugar siempre quedaba mediatizado por los tochos de hierba que se levantaban al paso de los futbolistas y de los agujeros que se abrían para impedir el pase y los regates. Mediado el primer tiempo, España estaba fuera del partido. Comenzó con cierto garbo, antes de que el campo dictara su ley, pero Tristán no estuvo a la altura de su fama en esos instantes. Un mal control le impidió un remate sencillo en el arranque del encuentro. Luego se ofuscó en un par de incursiones. Y después, nada. España perdió la onda y no la recuperó nunca más. El gol de Raúl no estuvo relacionado con el juego del equipo. Llegó tras un córner, peinado por Hierro y aprovechado por el goleador español, desmarcado en el segundo palo. Raúl, que ha marcado tantos maravillosos, ha hecho profesión de esta clase de goles, aparentemente sin historia. A estas alturas de su carrera, con sólo 24 años, ya ha igualado a Di Stéfano con 23 goles. Muy pronto encabezará la lista histórica de la selección. Hay cosas tan seguras como que el sol sale cada mañana.
Guardiola y Mendieta, que regresaban de su aventura italiana, pasaron desapercibidos. Lo mismo que Valerón o cualquiera que intentara armar el juego en el medio campo. El mismo problema de los españoles lo tenían los mexicanos, bien organizados en el capítulo defensivo, laboriosos en la zona central y sin gol en el área. Por oportunidades, México tuvo más y mejores que España. No las concretó porque no debe disponer de un delantero de las características de Raúl. Por tradición, México ha sido un equipo de juego agradable, sin la contundencia necesaria para ascender al primer nivel. Parece que sigue en las mismas.
Después de un amenazante comienzo en la segunda parte, México se enredó en el medio campo, donde la elaboración le resultó tan imposible como a España en el primer tiempo. Camacho tiró de todos los cambios y colocó a jugadores más directos, o por lo menos más preparados para el contragolpe, necesario porque el equipo se sintió dominado por los mexicanos. En realidad, todo era ficticio. El dominio y el contragolpe, o el fútbol tal y como pudiera entenderse. No había posibilidad de jugar, de poner sobre el campo lo que los futbolistas pretendían. No fue posible porque el campo lo impedía de manera radical. No fue posible porque la federación prefiere hacer relaciones públicas que cuidar al equipo. Sólo se sacó una conclusión en Huelva: el partido fue inservible.